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AFORTUNADAMENTE no conozco el nuevo Hospital de Salamanca, pero sé muy bien lo que no me gusta de él: su ubicación, la peor de las ... posibles, y un edificio vulgar y muy agresivo con el entorno. Su interior, como digo, no lo conozco, aunque dicen que ni está bien organizado ni ha sido construido -y sobre todo rematado- con la mayor de las pasiones, algo por desgracia entendible dado el enorme plazo de ejecución de la obra, casi quince años, con sus correspondientes cambios sobre la marcha, y sus sucesivos retrasos debido a las estrecheces presupuestarias que sufrió el proyecto.
Pero el Hospital Universitario más allá de sus funciones sanitarias, ha sido otra oportunidad perdida para Salamanca, aunque en línea con lo que nos caracteriza desde hace décadas: el conformismo y la indiferencia, todo ello reflejado en el pobre, pobrísimo desarrollo urbano de la ciudad.
Y es que la poca obra pública que se hace, no digamos una de la importancia de un hospital central, no tiene el más mínimo sello de calidad y estilo arquitectónicos que nos situara en una cierta vanguardia y que animara a la depauperada autoestima urbana.
Por desgracia, el ciudadano medio no repara en la escasez de infraestructuras (Salamanca está completamente dejada de la mano de Dios), en la importancia de la belleza de las cosas o el lugar en el que se deciden ubicar: las ciudades se construyen con vida, y la vida necesita contenedores ad hoc en la que crecer y desarrollarse, de ahí que las peatonalizaciones llevadas a cabo con el único criterio técnico y social de la “moda” (como ocurre con las rotondas) sean un billete al deterioro urbano absoluto.
Repasando “barbaridades” urbanísticas salmantinas, mi mejor y más triste ejemplo fue el derribo del Gran Hotel, como edificio y como el hotel representativo de la ciudad, hoy sin un referente hotelero que nos ponga en el mapa de lo exclusivo. Y el nuevo hospital es el mismo caso: otro mamotreto sin personalidad ninguna que envejecerá mucho más rápido que el Clínico, que ya es decir. Escribo, llevo décadas implorando en el papel, por un poco de sensibilidad, de ambición por parte de todos. Imaginemos, son ejemplos, el nuevo hospital salmantino e imaginemos un helipuerto como el del Hospital Universitario de Aquisgrán... O imaginemos en Santa Marta o en el barrio de Garrido la Iglesia de Dios Padre Misericordioso, como la de Richard Meier en un barrio de Roma. Imaginemos que somos capaces de hacer cosas nuevas, faro de inquietudes para una ciudad debilitada por la falta general de emociones y de posibilidades. Imaginemos.
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