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Me siento bien, la verdad: mantengo las ilusiones intactas, mi energía se mide en neutrones, las camisas blancas aún me sientan de cine, y no ... pierdo el gusto por conducir deprisa, muy deprisa. Y me sigue estremeciendo escuchar a Barry Manilow cantar “Could It Be Magic” (“Baby, I love you, come, come. Come into my arms”) o a Alejandro Fernández y Christina Aguilera la versión de “Hoy tengo ganas de ti”. Digamos que trato de aferrarme a la vida, ahora que todo parece derrumbarse en un colapso de estupidez y negligencia humanas, y que mis coetáneos sólo hablan de jubilarse cuando yo todavía estoy empezando. Empezando a soñar, empezando a amar, empezando a escribir, empezando a crear, o empezando a conocer. Empezando a darme cuenta de qué va todo esto, tras años de explorar el planeta perdido de la incertidumbre y de los errores. Lo llaman experiencia pero en realidad no es más que una sucesión de experimentos, unas veces con gaseosa, otras con dinamita. Y ahora, una vez que he alcanzado mi futuro, esa Ítaca casi imposible -suele ocurrir que el futuro nunca llega-, me encuentro en un mundo devastado por una tecnología que lejos de ayudarnos, ha secuestrado nuestros sentidos. Nuestras emociones. Y uuufffffff, nuestra libertad. Es como estar en la guerra de otros, como esos niños que quedan “tan bien” en los reportajes de televisión entre los escombros de una ciudad siria y que invariablemente nos preguntan “¿qué está pasando aquí?” Ellos se lo preguntan sin preguntárselo, nosotros ni nos lo planteamos: se ha cambiado el leer el periódico en un bar por protestar con violencia por cualquier cosa; en realidad se ha cambiado leer por dejarse teledirigir contra un sistema, dicen, machista, heterosexual, fascista y en general tenebroso. Han cambiado trabajar por ver televisión. Han cambiado el sol y los experimentos (con gaseosa o con dinamita) por vivir en una crisálida eterna con el dinero de otros.
Me siento bien pero no me gusta lo que hoy vivo y acelerando; no me gusta caminar por el campo de minas de la insensatez, la indiferencia y el maldito relativismo. Soy más de dejarme llevar por Astrud Gilberto en su “Beach Samba” de hace 50 años largos. No soy un nostálgico, solo hablo de recuperar nuestro lugar y la independencia que nos salvaría del gran cataclismo que viene.
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