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LA invasión rusa de Ucrania hace que nos cuestionemos algunos manidos conceptos de la vieja geopolítica del siglo XX, como, por ejemplo, si estamos ante ... un choque de civilizaciones o ante una desfasada pugna entre Oriente y Occidente. Lo que sí estamos, sin duda, es frente a una amenaza que puede llevarse por el sumidero toda una serie de valores propios de la civilización moderna, por no mencionar el delicado equilibrio sobre el que se sustentan los derechos humanos entendidos como tales -y consensuados- durante tanto tiempo. En consecuencia, la soberanía e integridad de los estados se desploma y queda al albur de cualquier potencia expansionista y sin escrúpulos que, como Rusia, decida un buen día que el periodo de guerra fría ha concluido y se embarca de hoz y coz en confrontaciones de pleno sesgo neoimperialista, aderezado, además, con argumentos etnoterritoriales. Es el oso relamiéndose ante la perspectiva de devorar suculentos panales.
Occidente, o lo que se quiera entender por Occidente, ha dejado el cuidado de una parte de su bienestar en manos de la garduña, esa alimaña carnívora de buena dentadura y hábitos crepusculares. También valdría el símil de la zorra´-o su pariente próximo, la raposa- metida en el gallinero gasístico por el eximio excanciller germano Schröder, muñidor, chupóptero y recaudador de la gran empresa rusa que ahora amenaza con transformar media Europa en gélidos chupiteles. Alguien tendría que preguntarle por los efusivos abrazos con Putin, por los dineros que recibe de Rusia y por las empresas en las que participan él y otros para bochorno de los sufridos y avergonzados germanos. Otra comparación pertinente en estas amargas circunstancias sería la del hurón, que caza conejos en la madriguera igual que los rusos cazan ucranianos en el interior de los refugios con esas bombas de gran capacidad de penetración subterránea. Y no será porque en las ciudades ucranianas -igual que en la mayoría de los núcleos urbanos de la antigua URSS- no haya kilómetros de refugios casi en cada barrio. Pero, confiados como estaban en la ausencia de enemigos, bloquearon esos reductos protectores o bien los transformaron en bodegas y almacenes, o simplemente los dejaron cegar con el paso del tiempo.
En esto de vigilar enemigos existe una variante típicamente española. Nada más y nada menos que colocar al cuidado de los altos secretos del Estado a las garduñas, hurones y variedad de vulpejas de la política nacional. Gracias a la insensatez de un Gobierno sonado y trastabillante, una panda de peligrosos desgarramantas podrá tener acceso a los máximos sigilos de la seguridad nacional (e incluso de la internacional). Putin se frotará las manos al ver cómo han progresado sus acólitos independentistas una vez asaltado el gallinero.
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