Cuenta Rajoy que cuando él fue presidente, Donald Trump le trató muy bien. Invitó a cenar a la delegación española y les ofreció su casa. Le dijo a Pablo Motos que, al día siguiente, el embajador de España fue a agradecer el trato que habían recibido y la respuesta fue que era el merecido por ser uno de los cuatro primeros ministros europeos que no había insultado a Trump cuando fue elegido. Había sido una campaña dura anti-Trump, que tuvo que vencer hasta al episodio de los Simpson del año 2000 en el que llegaba a presidente y dejaba a Estados Unidos en bancarrota.
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En noviembre de 2024, cuando Trump fue reelegido, Sánchez tuvo un comportamiento muy parecido. El presidente español le felicitó por teléfono y luego reflejó en X, lo que le dijo: «España y Estados Unidos somos socios, amigos y aliados estratégicos. Mantenemos unas estrechas relaciones bilaterales». Esto, después de haber mostrado afinidad con Kamala Harris, que tiene más su aquel. Y antes y después de fortalecer su personaje como némesis de Trump y de empujar a la Unión Europea a plantar cara «a su amenaza».
Mientras que Rajoy siguió en la misma línea el tiempo que le quedó como presidente, Sánchez juega un día a ser el mejor amigo de Trump y al siguiente, al «no te ajunto». No le importa doblegarse, y ahí está Luis Planas asegurando que la relación diplomática comercial y humana con Estados Unidos es «muy estrecha». Pero, a la vez, mofarse de Trump. Por ejemplo, cuando hace nada en un acto en Madrid utilizó la expresión de Trump «drill, baby, drill» (perfora, cariño, perfora) pero modificada a un «green, baby, green» (verde, cariño, verde). El presidente vuelve a estar en la estrategia. No le importa tenderle la mano y, a la vez, prometer respuestas contundentes de una Unión Europea unida, cuando es precisamente como no está.
Si Trump había amenazado con aranceles, ya los tenemos a la puerta . Y queda por saber si será un nuevo órdago para negociar, como ha hecho con México, y si será verdad, por mucho que eso signifique tirar por la borda el liberalismo del que presume. La otra vez no le importó tirarlo un día y recogerlo meses después. De momento, parece que deja margen para hablar, dicen que no serán antes del 2 de abril, y está por ver a qué productos afecta y de qué países. No parece que quiera darle el mismo trato a la Italia de Meloni, única líder europea a la que invitó a su toma de posesión, que a la España de Pedro Sánchez, que es amigo de Hamás, o eso mantiene su líder, y de Cuba y Venezuela y reconoció el Estado de Palestina. Si hay aranceles, habrá vuelco comercial que afectará a los mercados, y eso no le interesa a Pedro Sánchez, que ha cogido los datos macro como estandarte.
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Trump ha movido los mercados hacia la incertidumbre. Y Sánchez está en su estrategia. Le interesa que Trump le cite. Así le da pie a llamar a toda la derecha española «ultraderecha trumpista», como ya ensaya, y a Ayuso, «multinacional ultraderechista», que está en eso. Y le interesa unir a su votante contra un enemigo común, pero no los aranceles, porque sabe que España pierde. Y ahí está, entre el sueño de que Trump le considere su antagonista y le haga importante, o que Trump sea el malo malísimo para culpar a la derecha de todo y argumentar que con ella llega el coco de Trump. Sánchez juega a cara y cruz. Otra vez.
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