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Rajoy está muy harto de que los tapones vayan unidos a la botella. Y como es Rajoy, eligió el Foro de la Toja para contarlo y no una reunión de amigos o el salón de su casa. Y contó su odisea delante de Felipe González, que tenía cara de no me puedo creer lo que cuenta. Resulta que intentó quitar el tapón, le resultó imposible, bebió y se puso «hecho un circo». Y el tema quedó como una más de Rajoy, aunque muchos pensemos que tiene razón, que con esos tapones no hay quien pueda beber bien, incluso aunque no nos pongamos «hechos un circo».
Pero lo del tapón en la botellita es intocable porque a ver quién va a arrancarlo y a cargarse el planeta o a cargar con la culpa de que un pececito se lo coma en alta mar. Si la regulación excesiva de la Unión Europea, de la que habla Rajoy, va edulcorada de sostenibilidad, neutralidad climática, biodiversidad, descarbonización... no hay humano que se atreva a arrancar el tapón. Y si se queja Rajoy, pues nada, que es fachosfera, y regala otro argumento sobre lo desalmada que es la derecha con el medio ambiente.
Pedro Sánchez es un maestro de regular o acordar y dejarnos con las manos atadas para arrancar el tapón. Como buen mago de las palabras bonitas, él se compromete con EH Bildu a cambiar la Ley Mordaza pero ni mucho menos para desproteger a las Fuerzas de Seguridad, sino para que sea la Ley de Protección de las Libertades y la Seguridad Ciudadana. ¿Y quién se puede oponer a proteger al ciudadano?
Y pacta con EH Bildu pero lo llama llegar a acuerdos puntuales. Y cede en lo de las pelotas de goma con los que llevan asesinos en sus listas, no han condenado a ETA y promueven homenajes a etarras, pero porque eso resulta que es avanzar en políticas progresistas. Y puede ser que lo de las pelotas no lo cumpla, pero el acercamiento de presos ya es una realidad y, como quería Otegui, los etarras también empiezan a salir de las cárceles. Y «Txapote» pide hora.
Pero, ¿quién se puede oponer a «desbloquear la parálisis»? Sólo los fachas, las máquinas del fango o del bulo. Y si la cosa se pone fea, tira del comodín del coco de la ultraderecha como los Castro recurrían a la lucha contra el «imperialismo yanqui». En España, Sánchez tiene ganado el discurso. Por eso lo de The Economist.
No es una revista cualquiera. The Economist, en políticas sociales próxima a la izquierda social y progresista, es la revista de las clases dominantes, la que da la vuelta al mundo nada más publicarse. Se pone como ejemplo que aparece hasta en «Succession», cuando Greg, el primo tonto, presume delante del CEO de una gran tecnológica de haber leído un artículo en The Economist. Es élite de negocios y de política y salir en ella, como sabía Berlusconi, puede suponer un problema de imagen. En cada artículo, sin firmar, colaboran muchos escritores, convencidos de la importancia del debate previo con la idea de que el pensamiento claro es clave para la escritura clara.
Y muy claro publica que Sánchez se aferra al poder a costa de la democracia. Señala que gobierna a placer de nacionalistas catalanes y vascos generando un coste cada vez mayor para la calidad de la democracia española y sus instituciones. Comenta que el PSOE es «un club de fans». Critica la Ley de Amnistía, el concierto económico con Cataluña, cuestiona a Begoña Gómez... Y pese al repaso y a logros, The Economist ve que el mayor activo de Sánchez es una oposición «inefectiva y dividida». Es como que el tapón sigue, aunque la botella esté a punto de romperse con Sánchez como estratega «astuto y desalmado». Lo dice The Economist, que no es fachosfera. Y Sánchez no sale de guapo, pero lo lees y es España la que da pena.
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