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Día de la Constitución y lo que era la fiesta de la democracia ahora es cada vez más la maravillosa entrada hacia un puente festivo. Son días para ver las luces, tomarse un respiro, decorar la casa en modo navideño, o de ir a la búsqueda de esa pieza que me faltaba del Belén. Son días de hacerles la ola a los que se dedican a la hostelería, porque vivan los bares y restaurantes y gracias por estar ahí.
Y en estas que pones la tele, está el homenaje a la Constitución, y, se siente, pero ya no es como antes y no lo es por todo lo que ha pasado, eso de que después de lo de la amnistía ya no somos todos los españoles iguales ante la ley. También porque cada artículo se utiliza como arma política contra el otro y en la Constitución, otra cosa no, pero hay artículos para todos.
Y en estas resulta que ves que el pueblo está en las luces y los políticos, a lo suyo, y que la separación empieza a ser alarmante. Y más después de la DANA. Y ves que lo que es pasear por la calle, entre aplausos, queda reservado a unos pocos.
Está Ayuso, la gran excepción, porque no sólo es una política de brindis en las plazas de toros, es que sale a la calle con un jersey de Metro y lo convierte en regalo estrella de la Navidad. Y a lo mejor influye que cuando otros arremeten contra el turismo, ella, con un Madrid más que abarrotado, da la bienvenida a catalanes, gallegos, andaluces, valencianos... con un «os queremos, aquí estaremos, en vuestra casa». Y está Almeida, a quien le es imposible avanzar cuando pasea porque las peticiones de fotos son constantes.
Ahora mismo hay políticos, pongamos Pedro Sánchez, que no pueden poner un pie en la calle. O pongamos Mazón, que tampoco. Y hay políticos que están a gusto en la calle, caso de Mañueco, y otros para los que la indiferencia de la gente se ha convertido en un tesoro. Son los que tienen que salir porque no queda otra pero que según ponen el pie fuera rezan para que no les digan nada. Y ahí entran casi todos los ministros, porque a lo mejor se libra Jordi Hereu, que mucha gente le verá y se preguntará quién es. Está en ese lote Planas, que tendrá que explicar cómo él, ministro del campo, ve fenomenal el acuerdo de Mercosur, que deja a los ganaderos a los pies de los caballos; está Marlaska; o está Margarita Robles, que ya vivió la escena del garaje.
Y a lo mejor contribuye eso de que seas valenciano, por ejemplo, te hayas quedado sin nada, y estés aún esperando ayuda y viviendo de la caridad después de pagar impuestos. Y a partir de ahí te debe sentar mal casi todo, como que la urgencia sea contratar a otros 22 asesores.
Y en este alejamiento de los políticos con el pueblo han emergido el Rey, la Reina y la Infanta. Al Rey siempre se le achacó que no fuera como su padre, con ese carácter afable, cercano y de chiste fácil. En la DANA, Felipe VI se adaptó en instantes a una situación que jamás había vivido, con una valentía que le dejó más expuesto que nunca, y una cercanía al pueblo que nos descubrió al Rey más humano. E igual ocurrió con la Reina, que hizo lo que en ese momento pedía un pueblo desesperado, que simplemente era un abrazo. Y nos hicieron ver que comprendieron, uno y otro, quiénes eran y cuál era su función, la de arropar y ayudar dentro de sus posibilidades. Como hicieron. Y después de que se les arrojara barro, volvieron, y están con el pueblo valenciano y el pueblo lo sabe, y les aplaude. Y está Leonor, que aún no se entiende cómo desde el feminismo jamás se la pone como ejemplo.
El momento es delicado para aquellos políticos que se empeñan en estar por encima del pueblo, sin querer darse cuenta de que ellos para quien trabajan es para el pueblo.
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