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Desde la distancia podemos quedarnos con la imagen frívola de él, su Falcon y esas gafas de aviador. O con la de él y Begoña, de esquí en Cerler. O con él y Begoña, en el Palacio de las Marismillas o en la Mareta. Su vida podría resumirse en un folleto de Barbie y Ken, pero no. No tiene que ser nada fácil ser Pedro Sánchez. Aunque a veces lo pensemos y creamos que está ahí a costa de todo y sólo porque le gusta el poder.
Para ser Pedro Sánchez hay que valer. Por ejemplo, hay que ser muy espabilado para juntar en un decreto un montón de medidas y, luego, acusar al PP y a Junts de no haber votado a favor de todas. Y que entre ellas estén las pensiones y otras que facilitan que tu casa sea para los okupas, o recortes en la financiación de las comunidades. Y hay que tener el cuajo para acusar después al PP y a Junts de causar dolor social por votar en contra. Aunque lo de Junts fuera por lo que es.
No tiene que ser nada fácil ser Pedro Sánchez porque es colar como chantaje la subida de las pensiones en ese decreto, cuando se la aprobaría sin necesidad de eso el PP. Y hay que valer para culpar a otros cuando es Pedro Sánchez el que ha incumplido su deber constitucional de presentar los presupuestos. Y él fue el que invitó a Rajoy a convocar elecciones por hacer eso mismo y el que dijo que si estuviera en su lugar, lo haría. Pero lo está y no lo hace. Y por eso no es fácil ser Pedro Sánchez.
No tiene que ser nada fácil ser él y ver una y otra vez el vídeo en el que un tal Pedro Sánchez le dijo a Rajoy que un Gobierno sin presupuestos, no gobierna nada. Y que al menos se sometiera a una cuestión de confianza, cuando él rechaza someterse a la que le pide Junts, por si la pierde.
No tiene que ser nada fácil decir lo que dice. Por ejemplo, en Fitur, cuando con un cuajo envidiable él, que va a Valencia tarde y sin pisar las zonas afectadas por la Dana, nos dice a los demás que vayamos de turismo. Y más cuando ni siquiera han llegado las ayudas que prometió hace tres meses. Hay que valer para decir esto y no sonrojarse. Y lo borda.
Que ve cómo los Reyes y sus hijas pasean entre aplausos y él tiene que fijar un cinturón de seguridad para que no se le acerque la gente. Y mantener cámaras y micrófonos alejados de los abucheos. Ser Pedro Sánchez no es ser el modelo Ken, que esto es no poder pasear sin riesgo de insulto. Que antes de ser presidente iba a Anchuras, el pueblo de su abuelo, y le llamaban guapo. Y ahora se arriesga a que le pregunten de nuevo si es Pedro Sánchez el mentiroso, como le ocurrió en Calvarrasa de Arriba.
Y no es fácil ser Pedro Sánchez. Y aguantar el chorreo del discurso de la jueza Isabel Perelló, progresista como él. Y no iba a dormir tranquilo si pactaba con Podemos. Y no iba a ser presidente si eso suponía faltar a sus principios. Y ahí está. Y con Bildu. Y regalándole un palacete al PNV, para que le apoye.
Ser Pedro Sánchez debe de ser incómodo. Es resistir a que le llamen trilero los del PP y hasta sus socios. Es que le persigan frases como el «si necesitan más recursos que los pidan» , «¿de quién depende la Fiscalía?» o el «¿quién va a pedir perdón al Fiscal General?»
No tiene que ser fácil ser Pedro Sánchez porque sus socios se ve que le hacen poco caso; su círculo próximo es de imputados; sus ministros ahora de confianza hacen bueno a Óscar Puente; y gobierna Trump. Encima, el ómnibus le ha salido fatal porque ha querido contentar a tantos en un texto confiando en engañar al PP, que ahora cada uno le pide su pieza por separado. Y encima vende dolor social pero los pensionistas le han fallado y no han salido a las calles. Es ya como si nadie le creyera. No es fácil ser Pedro Sánchez y no marcharse.
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