Un informe de la Alta Inspección del Estado alertaba del adoctrinamiento en los libros de texto catalanes. Denunciaba que en ellos Cataluña era un «pequeño país» dinámico e industrializado y la monarquía hispánica, que venimos a ser el resto, proletaria, campesina y jornalera. Cuentan que existió la corona catalanoaragonesa y que España no es España, que es el estado español. Y hoy allí se estudia la geografía de Cataluña y muy poquito la del resto.
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Y con todo esto, van Miriam Nogueras y Jordi Turull, medalla de la catalanidad, y hablan un día de Salamanca y otro de Zamora, que vienen a ser en esos libros el oeste del oeste, territorio por explorar. Y les viene a la cabeza justo cuando hablan de inmigrantes, que no puede ser casualidad. Y justo cuando resulta que el Gobierno, a la chita callando, está en la construcción del centro para 400 y pico inmigrantes en Salamanca, que estará rapidito. Y donde entrarán cuatro veces más personas que las que había cuando era residencia. Pero se ve que no importa cómo estén los que vengan, que la cosa es que vengan aquí. Y hasta nos cuenta el delegado del Gobierno que primero hacen la obra y luego verán para qué se usa. Que preocupa la pachorra para mentirnos y, si no es así, en manos de quién están nuestros impuestos, si es que hacen obras al tun tun.
La esperanza está en Miriam. En que nos lo cuente. Lo de cómo va la obra. Lo sabe seguro. Aestos de Junts les importa tres cantar las verdades de las cesiones de Sánchez a cambio de sus siete votos. Se ríen. Que nos dice el Gobierno que tranquilos, ya se encarga ella de aclararnos que se trata del mayor traspaso de poder conseguido, porque la gestión de flujos migratorios la ejercen los estados. Y será Cataluña la que decida si el inmigrante cumple el requisito de catalanidad o tiene que irse a Salamanca, donde se habla castellano. A este centro o a más porque con Castilla y León no hay negociación, hay imposición. Lo que Sánchez diga. Y si se molesta Mañueco, pues vaya racista. Y si la cosa se complica, pues es machista y a correr.
Se exigirá al inmigrante que hable catalán pero está en duda la mayor, si en Cataluña realmente se habla catalán o sólo en la intimidad. A Lamine se le ve cómodo con el castellano. Y los manifestantes subsaharianos de Salt, estos que incendian las calles por la desokupación del imán, resulta que gritan en castellano ¡viva Pedro Sánchez!, su benefactor. Que a lo mejor en Cataluña no tiene sentido exigir el catalán porque se quedan los cuatro catalanes de cuna -el viejo sueño de Jordi Pujol- y a lo mejor es una racistada, con la poca gracia de que la firmará el Gobierno de España.
Resulta que el PSOE necesita los votos de Junts para la reforma de la Ley de Extranjería, la que obligará a las comunidades a recibir a los inmigrantes que diga el Gobierno. Y tienen ya el «truco» pactado con Junts para que el País Vasco y Cataluña queden fuera. Y es algo así como que para la baremación cuenten muy poco criterios como población, renta o desempleo y la «cocina» les favorezca. Y el País Vasco, por cierto, ya tiene competencia sobre los permisos de trabajo para extranjeros y la Ertzaintza está en los puertos. Y con lo del permiso de residencia con el catalán parece que se hará como con lo de la inmersión lingüística, que es ilegal pero se aplica. Y en extranjería, se juega con que si no estás de acuerdo, se recurre y si te dan la razón es después de años. Y mientras, ahí está.
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Y nada de pensar en cómo integrar al que llega. Para qué. Se les deja en Salamanca y que se arreglen. Y si se queda pequeño el centro, está el Virgen de la Vega, que entran muchos. Como si no fueran personas. Y si nos quejamos, somos racistas. De esta sólo nos queda darles las gracias por haberse acordado de que existimos.
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