En la Universidad de Salamanca me formé y le he dedicado mi vida profesional. Óscar Alvariño Belinchón es un amigo muy querido y mi escultor vivo más admirado. Por eso la combinación de ambos me produce emoción.
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El pasado día 4 se ha descubierto un medallón en el Pabellón de Petrineros de la Plaza Mayor salmantina en honor a Alfonso IX, el monarca de León que en 1218 impulsó uno de los eventos más memorables de su reinado: la creación del Estudio General de Salamanca, imprimiendo así para los siglos venideros su carácter distintivo a la población, sede de la universidad más antigua de España aún activa. Con motivo del octavo centenario del hito en 2018, el Consistorio y el Estudio habían acordado la realización de este medallón enormemente meritado, porque tanto monta: Salamanca es una ciudad con universidad o una universidad con ciudad.
Óscar Alvariño, escultor renombrado con obra emblemática en numerosos lugares de España y otros países, se alzó con la encomienda del ágora salmantina al ser seleccionado por el jurado en concurso público. Era ya el séptimo medallón de la Plaza Mayor de su autoría, solo superado en número de efigies por el escultor del siglo XVIII Alejandro Carnicero.
Alvariño es maestro en captar la psicología del personaje. Desde el paso inicial de lograr un diseño que le conmueva, imprime a la piedra una humanidad que late rebosando dignidad, a base de talento, sensibilidad y respeto hacia la figura sobre la que se documenta minuciosamente, en su faceta de artista apoyada por la de académico. Han sido tres meses de trabajo intenso en un andamiaje in situ, culminados en un espléndido resultado. La maravillosa y monumental Plaza Mayor salmantina, referente mundial en su género, ya había reconocido el papel clave de la Universidad de Salamanca, inextricable de la propia historia charra, al plasmar figuras tan relevantes de su trayectoria como Francisco de Vitoria, Fray Luis de León, Unamuno o Nebrija (estas dos últimas, también de Óscar Alvariño). A ellas se suma ahora Alfonso IX de León, que por su cualidad fundadora más que postrero merecía haber sido el primero.
Es de justicia recordar ahora con gratitud a otro preclaro leonés, el catedrático de la Universidad de Salamanca Román Álvarez, que largamente reivindicó este reconocimiento a Alfonso IX en sus excelentes columnas dominicales Churras y Merinas de este periódico. El camino de la universidad se pavimenta generación tras generación con personas, destinadas a llegar y pasar. Es ley de vida. Para la posteridad, Universidad se escribe en piedra.
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