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Opinión

Tocomochos varios

Nos dan la cambiada, con mentirijillas simpáticas, en distintas formas de fraude a consumidores, votantes, prosélitos y seguidores

Martes, 2 de julio 2024, 05:30

Recientemente leíamos en estas páginas el desmantelamiento de un clan familiar que llevaba nada menos que cuatro décadas operando con éxito no solo por estos lares, sino en toda España, especializados en el artesanal método de engaño conocido como tocomocho.

La sorpresa inicial viene de constatar la supervivencia en el tiempo de modos de defraudación surgidos en épocas cubiertas de polvo y paja, como otros medios tradicionales con idéntico fin: el abrazo cariñoso o los timos de la estampita, el nazareno o el revisor del gas. Ahora, con las nuevas tecnologías y los términos modernos extranjeros, asistimos a un repunte de estafas y filfas. El panoli, el pringao, ya sea real o virtual, aguarda con la boca abierta a ser maravillado, a que otros lo descubran como el elegido de los relatos de la infancia, esos a los que se les aparecían el genio o el hada. Todos deseamos que nos ocurra algo fantástico, pero al final solo se pincha la burbuja del cuento de la lechera, porque nadie da duros a peseta.

Cartas nigerianas que legan fortunas y phishings que mosqueantemente suenan a «pescar» en inglés; falsas ofertas de empleo, angustiados whatsapps anónimos de «papá, necesito ayuda, mándame dinero», suplantaciones de identidad, enamorados a distancia que uno nunca ha visto… estratagemas que espolean los resortes más íntimos y buscan hacer reaccionar sin pensar, desde la emoción y las tripas.

Muchos caen en la tentación de acercarse a estas noticias con la ceja levantada de quien cree que esta picaresca solo afecta a incautos, o a las víctimas preferidas de los desaprensivos, los mayores. Nada más lejos de la realidad.

Porque nos rodean tocomochos varios, sutiles y cotidianos. Nos dan la cambiada, con mentirijillas simpáticas o burdas, en distintas formas de fraude a consumidores, votantes, prosélitos, aficionados y seguidores. Nunca hemos estado mejor informados, con más estudios, más dotados de inteligencia natural, artificial y mediopensionista, y sin embargo, caemos como moscas, con sonrisa bobalicona que queda cristalizada entre sudor frío al reparar en la trampa y su enorme alcance. Programas electorales flagrantemente incumplidos, sisas descaradas, adulteraciones de fórmulas, infracciones alimentarias, estadísticas cocinadas, plataformas de desinformación pertrechadas de perfiles falsos y bots… todo, con tal de influir en la opinión pública o hacerse rico y poderoso rápido, a costa del vecino, de ese prójimo desconocido y desvalido que irradia buena voluntad, y que aún lee sobre el tocomocho con cierto tic de superioridad.

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