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La primera lección para regatear con éxito es no aparentar demasiado interés ante la otra parte: quien trasluce apego aumenta su vulnerabilidad en la negociación, consiguiendo un trato peor. Pedro Sánchez, que negocia su investidura, proyecta tal sensación de desesperación y desear el sillón a toda costa, que haría echarse las manos a la cabeza al último de los mercaderes del más humilde zoco persa.
Las peticiones de Puigdemont dejan el disputado voto del Sr. Cayo a nivel advenedizo. Una de ellas es la condonación de la deuda catalana con la Administración del Estado.
La deuda viva de Cataluña con el Fondo de Liquidez Autonómico supera los 70.000 millones de euros, nada menos que la mitad de lo que recibirá España por los fondos europeos. Como el dinero público no nace de los árboles sino de los bolsillos de los ciudadanos, perdonar la deuda y decir aquí no ha pasado nada implica que los demás españoles entre todos asumamos lo que se deja de percibir por ese lado. Que a la hora de apoquinar no hay dinero botifler y pagant, Sant Pere canta. Es negociación en el más crudo sentido de la palabra.
Dividiendo esos 70.000 millones proporcionalmente entre la población actual del país, para el caso concreto de la provincia de Salamanca supondría cargar con 500 millones del lastre que dejaría tras de sí este sagaz toma y daca que da barra libre a unos, siendo otros los paganos.
La Constitución proclama que todos los españoles somos iguales ante la ley, lo que se debería traducir en idénticos derechos y deberes en cualquier parte del territorio nacional. Asimismo prohíbe la arbitrariedad de los poderes públicos y prescribe un sistema tributario justo. ¿Esto quiere decir que Sánchez también condonará la deuda al resto de CCAA? ¿Tal vez además habrá una quita de deuda a las Entidades Locales? O extendiendo el razonamiento hasta sus últimas consecuencias, ¿también se condonará la deuda con Hacienda a las familias y los autónomos? ¿Será café para todos o solo para unos y para el resto agua de castañas?
¿Qué pasa ahora con las Comunidades sin deuda, o con aquellas que han hecho un esfuerzo y han reducido su carga de deuda en los años anteriores? ¿Y con los inversores en los mercados, que verían afectada su posición por daños colaterales para España como la subida de la prima de riesgo o la bajada de la calificación del rating de las agencias? Muy mullido tendrá que ser el sillón de Moncloa para aguantar sentado el camino de baches que le queda por delante. En Salamanca iremos ya ahorrando los 500 millones por si no nos toca café.
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