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«La Galatea» encarnaba todas las propiedades para ser una emblemática librería de ficción, como las de la saga de Zafón o de la película de Coixet basada en la novela de Fitzgerald. Uno de esos deliciosos lugares que parecen sacados de los sueños, con una irresistible mezcla de familiaridad y exotismo. Con su centenaria máquina de escribir de atrezzo, que bien podría haber sido la inspiración de Pedro Salinas para componer su poema «Underwood girls». Ubicada en una calle a cuyo nombre, Libreros, proporcionaba su última razón de ser, insobornable en su hidalguía de única superviviente de una forma de vida en vías de extinción. Envuelta en su singularidad y su belleza, daba la impresión de haber estado allí desde tiempo inmemorial, como la vecina estatua de Fray Luis o la rana sobre la calavera de la fachada histórica universitaria. Un elemento del paisaje urbano patrimonial por méritos propios, de inconcebible desaparición, luciendo en su fachada orgullosamente su denominación en letra gótica, inscrita por un cantero sobre una losa de piedra de Villamayor, en sí misma una carta de presentación y toda una declaración de intenciones.
Por eso, Salamanca recibía entre la conmoción y la incredulidad la reciente noticia del obligado cierre de sus puertas al finalizar esta semana, el 30 de marzo, Sábado Santo. La privación de un rincón con alma como este resulta dolorosamente inasumible.
Muchos son los salmantinos que se detienen allí a adquirir uno de sus icónicos ejemplares, deleite para bibliófilos, y plasman en una foto su afán de inmortalizar un momento que saben pronto irrepetible. Un gesto que tiene mucho de postrero tributo ante la separación forzada de un amigo querido que se atesora para siempre latiendo en el recuerdo, en esas otras fotografías que solo se ven con los ojos de la memoria más íntima, la imborrable y eterna.
«La Galatea» debe su nombre a la nereida de la mitología griega que amaba al pastor Acis, pero el destino de ambos se trocó en infortunio cuando el cíclope Polifemo, que también pretendía a la joven, mató a su rival. Su condena fue no lograr nunca los afectos de Galatea: de la sangre enamorada de Acis surgió un río en el que ella permanecería bañando sus lágrimas por siempre.
Y esta otra Galatea, la que tomó forma en la Librería Anticuaria, merece que para ella también amanezca al día siguiente el Domingo de Resurrección y prosiga su trayectoria, aunque sea reconvertida en otra realidad, siempre manteniendo su esencia. Porque ha llegado a ser parte de nosotros.
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