Da igual la hora que marque el reloj de la estación cuando el tren haga su entrada: llega tarde.

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La construcción del corredor ferroviario de alta velocidad entre España y Portugal lleva mucho tiempo siendo asunto prioritario en las Cumbres Hispano-Portuguesas o Cimeiras ibéricas que cada año reúnen a los presidentes de ambos países.

Declaraciones meramente programáticas de intereses coincidentes, que en los doce meses siguientes no ven desarrollo más allá de discrepancias sobre el trazado y anuncios de fechas que o van quedando atrás o permanecen intolerablemente futuras, y vuelta a los mismos buenos deseos en la Cumbre al año siguiente. Mientras tanto, Europa va avanzando en las conexiones de alta velocidad y la necesidad de la Península Ibérica se convierte cada día en más acuciante para no quedarse peligrosamente atrás.

Recientemente el rector de la Universidad de Salamanca, Ricardo Rivero, estimaba que el Estudio podría crecer un 50% si en los próximos años se materializase la línea de alta velocidad entre Madrid y Oporto, lo que supondría acercar Salamanca a los aeropuertos internacionales de ambas ciudades, puertas de entrada de estudiantes de todo el mundo. Casi coincidente en el tiempo, un informe encargado por la UE urgía acometer la línea Salamanca-Aveiro dentro de la red de alta velocidad ferroviaria europea, entre cuyas ventajas enumeraba relegar a otros medios de transporte menos eficientes económica y medioambientalmente. No en vano la Estrategia de Movilidad Inteligente y Sostenible de la UE exige duplicar el tráfico ferroviario de alta velocidad tanto de pasajeros como de mercancías en 2030 y triplicarlo para 2050, en relación a 2015. Y para conseguirlo no basta con proyectarlo y decirlo: se requiere un compromiso sostenido de inversión. Sólidas figuras de la intelectualidad española y lusa como Saramago, Pessoa, Ortega y Gasset o Unamuno fueron grandes defensores del iberismo y abogaron por la integración de ambos pueblos en base a la idea de hermandad. Transcurridas tantas décadas de la formulación de sus postulados, causa rubor ver los escasos avances, cuando el progreso tecnológico abre infinitas posibilidades entonces impensables.

Un amplio mercado de trabajadores y bienes, un enorme potencial turístico multiplicado con las sinergias mutuas y una posición de presión común dentro del tablero europeo son algunos de los muchos beneficios de converger. No podemos seguir esperando el tren en el andén sin saber cuándo o si aparecerá por la vía. Ya trae un retraso muy difícil de compensar.

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