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LEYENDAS URBANAS

Chinchorrerías

El chincherío de pronto se ha convertido en un signo de modernidad, una tendencia en redes sociales, un hashtag

Martes, 24 de octubre 2023, 05:30

Recientemente, el Telediario de TVE emitía la noticia de que dos hombres habrían sido picados por chinches en un hostal de la capital charra. El potencial de psicosis implícito en informaciones de este tipo queda patente en que de inmediato, el Ayuntamiento de Salamanca difundía un mensaje de tranquilidad aclarando la inexistencia de plaga alguna. Si hoy la primicia es la aparición de chinches, hace casi un siglo la novedad era la opuesta, que no hubiera. Cuando el Nobel norteamericano Ernest Hemingway visitó Gredos en junio de 1931, relató por carta a su amigo, el escritor John Dos Passos: «¿Has estado alguna vez en la Sierra de Gredos? Barco de Ávila es un pueblo maravilloso. Mientras estuvimos allí, maté un lobo. La garra de un oso está clavada en la puerta de la iglesia - buenas truchas - el Río Tormes que fluye hasta Salamanca - cabras salvajes. Se come mejor que en Botín - los mismos platos - habitaciones grandes y limpias - sin chinches - terriblemente inteligentes - toda la gente amable».

El imaginario popular asocia estos insectos al blanco y negro de épocas pasadas, a ambientes de pobreza y poca higiene, alejados del desarrollo actual. A mediados del siglo pasado fueron erradicados y poco quedaba de su recuerdo más allá de expresiones del habla coloquial, testigos de la pujanza que estos bichitos un día tuvieron como fenómeno cotidiano: «ser un chinche / un chinchorrero», «chinchar» o «chincha rabiña». Pero resurgieron por la resistencia que acabaron generando a los insecticidas y por la globalización, pues el incremento de los viajes facilita su movilidad.

Y el chincherío de pronto se ha convertido en un signo de modernidad, una tendencia en redes sociales, un hashtag, un peculiar vocablo que admite masculino y femenino, en plena línea con el signo de los tiempos. Los y las chinches hasta se han permitido elegir París como epicentro de la alarma social de su invasión, que en la ciudad del amor, de la luz o el glamour se sucedan las denuncias sobre presencia de chinches en transporte público, establecimientos hosteleros, de ocio, educativos o sanitarios. Un pánico generalizado difícil de contener, a pesar de que las autoridades recuerdan que la propagación está muy lejos de ser completa o descontrolada. Pero la obsesión agrandada mediáticamente se vive como auténtico azote bíblico.

Así, si dos personas han conseguido hacerse eco en máxima audiencia de la televisión pública española por picaduras de chinches en un hostal charro, y mientras todo quede en eso, siempre podremos decir que Salamanca semeja París.

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