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LEYENDAS URBANAS

Amores encadenados

La idea de perpetuar lo efímero es tan atractiva, que millones de adolescentes colocaban candados en los puentes

Martes, 19 de marzo 2024, 05:30

Quienes no nos suenan a chino EGB, telerín o chiripitifáuticos, estábamos familiarizados con inmortalizar amores garabateando letras en pupitres y puertas de servicios, o inscribiéndolas al estilo de los chopos del río de Machado, que «tienen en sus cortezas / grabadas iniciales que son nombres / de enamorados, cifras que son fechas».

Pero en 2006, el autor de novela juvenil italiano Federico Moccia creaba escuela con la técnica de los protagonistas de su obra 'Tengo ganas de ti': el ritual de plantar un candado con sus nombres en una farola del puente Milvio de Roma y tirar la llave al Tíber, sellando así para siempre su amor, férreo e indestructible.

La idea de perpetuar lo efímero es tan atractiva, que millones de adolescentes emulaban a los personajes y colocaban candados votivos en los puentes más emblemáticos del mundo: Rialto, Pont des Arts, Brooklyn…un gesto que comenzó de manera inocente y fue adquiriendo tintes preocupantes, demostrando que, aunque los momentos felices son ligeros como plumas, el amor en ocasiones, literalmente, pesa.

Salamanca no fue ajena a esta moda, que también floreció en el pozo del Huerto de Calixto y Melibea. El lugar escogido por los enamorados para esta práctica fue el Puente Enrique Estevan, conocido como Puente Nuevo o Puente de Hierro, diseñado por Zufiaurre, discípulo de Eiffel, e inaugurado en 1913. Esteban Santos fue el concejal del Consistorio que impulsó su construcción, consiguiendo parar el proyecto de ensanche que habría desvirtuado el puente romano.

Pero la proliferación de candados fue tal, que a su rehabilitación (junio 2014-marzo 2015), coincidiendo con su centenario, se retiró medio millar. En los puentes del mundo donde la costumbre se popularizó, se alcanzó un punto insostenible, por amenazar su estructura y estado de conservación, debiendo quitarse y prohibir colocar más.

Federico Moccia fue alcalde de Rosello, un pueblo de 300 habitantes en los Abruzzos, lo que no le llevó a solidarizarse con sus homólogos agobiados con esta liturgia y se declaró en contra de su retirada, iniciando el irreconciliable debate entre partidarios y detractores de los candados.

En el puente Enrique Estevan, protegido como BIC desde 2016, tras la restauración los candados han vuelto a aparecer, como pequeños moluscos apiñados. La preservación del legado patrimonial lleva al Ayuntamiento a barajar una propuesta de intervención. Estevan, Moccia y los ediles actuales han comprobado que el amor repercute en la política.

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