Dentro de poco le daremos puerta a las ferias de este año y abriremos la puerta a la normalidad de un nuevo curso, porque en Salamanca al año le llamamos curso por el poder de lo universitario. Antes de candar las fiestas hasta el año que viene hoy tenemos un clásico: el día de puertas abiertas. Espacios monumentales, institucionales o de interés se abren a la curiosidad de los salmantinos de forma gratuita o sencillamente sin que les pidan explicaciones, como si el resto del año estuviesen cerrados a cal y canto. Igual que se echan abajo las puertas santas hoy también las puertas de estos locales se tiran y abren de par en par. Pasen y vean. Algunas veces sería bueno quedarnos un rato en las puertas, detenernos en las fachadas que las acogen y ver más allá de la rana, fijarse en el santoral de San Esteban o en los episodios catedralicios. Pero hoy lo que toca es entrar hasta el fondo y descubrir.
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Cuando la ciudad tenía muralla contaba con puertas y aún hoy en las conversaciones de nuestros mayores estos hablan con toda naturalidad de la Puerta de Zamora, la Puerta de Toro, la Puerta de San Pablo o la Puerta del Río, pero podrían hacerlo de la Puerta de Santo Tomás, que miraba a la Plaza de la Justicia, en la que estuvo el mercado ganadero hasta que fue desalojado por el tren. La Puerta de Sancti Spíritus, que tenía delante la iglesia de San Antonio y más allá, en los Cuatro Caminos, la ermita de San Mamés. Frente al Tormes estaba la Puerta de los Milagros, que daba nombre a un barrio, y al cementerio se salía por la Puerta de San Bernardo, en la que se despedían los duelos. Había puertas y portillos. La Cueva de Salamanca era una puerta que se abría al Infierno mientras que la que daba al Cielo estaba en el Zarzoso, donde se alza el Monasterio de Porta Caeli. También el Cielo se puede escalar por la Scala Coeli. Ya no hay muralla y sólo la del Río deja intuir lo que fue, pero sí hay casas en las que lo importante es el «marco» de las puertas. Hoy no es un día de puertas abiertas, es el Día de Puertas Abiertas para satisfacer curiosidades relacionadas con los bomberos, la policía local, la Diputación o la Universidad. Y se forman colas. La Casa Museo Unamuno concita a una de las más aparatosas. Dentro de una semana dos ilustres investigadores de la Casa, Colette y Jean Claude Rabaté, presentan su libro sobre don Miguel y Miguel Primo de Rivera, que habrá que leer repasando aquel epistolario del destierro escrito por el matrimonio. Porque el general, compinchado con Alfonso XIII, desterró a nuestro Unamuno, que no se llevaba nada bien con el rey, al que se han dedicado varios libros estas últimas décadas. El más reciente, «El rey patriota», de Javier Moreno Luzón, que tengo pendiente. A Alfonso XIII le dieron puerta la República y después Franco. En realidad, Franco le dio portazo.
Las fiestas de Salamanca tienen también Puerta Grande en La Glorieta para quienes triunfan en el coso. Dicen los exigentes que es una Puerta Grande facilona, sí, pero hay que estar ahí pasando el trago, el fielato de algunas cornamentas. No me deje atrás el juego de puertas de la plaza de toros con las del público, las de los profesionales y las de los toros. Hay una suerte taurina, a porta gayola, que se ejecuta cuando sale el toro y el torero lo recibe de golpe, por sorpresa, de rodillas, además, y pone expectación en los tendidos. Entonces, el toro no sabe que saldrá por otra puerta cercana, arrastrado por las mulillas. Otra puerta festera es la ferial de La Aldehuela, con su iluminación, por la que uno sale para el arrastre si se entrega a la causa de las ferias, los chocones, los caballitos, la noria… El otro día recordé al famoso «Gargantúa», un tragaldabas que dentro tenía un tobogán; la puerta de entrada era la boca, la de salida… en fin, imagine. Cualquier cosa nos emocionaba entonces, cuando éramos niños y tras las puertas cerradas siempre había un misterio.
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