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Fue a la altura de las escaleras de «La Riojana», que se encuentran frente a la Plaza de San Julián. Toman este nombre de un bar emplazado a su lado, que ya no existe, y ellas servían de terraza en la que echamos horas, días, semanas y quizás años. Era un lugar estratégico con el «Baviera» y el «Puerto» a tiro de piedra, y con los ochenteros «Submarino», en realidad «Laval Genovés», «Moderno» o el «Centenera» unos metros más abajo. Creo haber visto en aquellos años a Javier Mariscal o Javier Bardem en ellos, pero vaya usted a saber.
Aquellas escaleras facilitaban el acceso a la Plaza de San Cristóbal desde el mercado de melones y sandías, con soportales, que fue la Plaza de San Julián, y con el arroyo de Santo Domingo o la «Alberca» serpenteando junto a los portales de Camiñas, llamados así por un famoso vendedor de sanguijuelas muchísimos años atrás. Fue, como digo, delante de las escaleras de «La Riojana» el lunes cuando a mediodía vi a una cigüeña caminando por la mediana de la Gran Vía, entre los coches. Pasé a su lado y no aprecié en ella preocupación.
Los coches que subían estaban parados y los que bajábamos lo hacíamos suavemente, sin molestar. En la acera algunos hacían fotos con sus móviles. Dicen que la cigüeña alzó el vuelo y se marchó, supongo que majestuosamente, a alguna de las espadañas cercanas, con un ahí os quedáis y pensando qué decir a sus amigos y familiares. Chicas, no es para tanto.
Es mejor lo que se ve desde arriba. Y tiene razón porque la Gran Vía no es, precisamente, lo más bonito de Salamanca. Pudo elegir la Plaza de Anaya, el Campo de San Francisco, la calle de Balmes… la misma Plaza Mayor sorteando turistas y terrazas. Pero la Gran Vía…
Unas horas antes había estado uno en el acto electoral de Núñez Feijóo en Salamanca, que parecía una cita ibicenca con tanta camisa blanca en las primeras filas. Feijóo tiró de recuerdos y contó que no había visto cigüeñas hasta que llegó a estudiar a los Maristas de León. Yo tampoco había visto gaviotas hasta que llegué al mar. Quizá en ese momento alguna sobrevolase el Colegio de Fonseca, pero no me fijé.
Pero hasta ese claustro algunas mañanas llega el crotorar de algunas que se posan o viven por ahí, y recuerdo que alguna «Noche de Fonseca» tenía su sonido de fondo. La cita con Feijóo fue también con el sol y el calor, y obligaba a buscar la sombra del claustro porque aquella mañana dominical sudaban hasta las figuras de los medallones. Hizo bien el candidato en apretar el acelerador cuando llegaba la una de la tarde y mandarnos a todos a casa o a la sombra más cercana a refrescarnos. En mi caso puse la proa del coche al «cható», donde convivo con una pareja de cigüeñas que cada año anidan y alumbran a dos cigüeños que hace unos días comenzaron sus prácticas de vuelo pegando saltos y agitando las alas. Así, poco a poco vencen a la gravedad. Ayer ya no estaban.
La cigüeña ha tenido buena prensa en la mitología y la cultura. En Grecia se penaba con la muerte a quien se la causara a una de ellas. Y Hans Cristian Andersen terminó elevando la popularidad y cariño hacia las cigüeñas al vincularlas a los nacimientos. En Salamanca es bien conocida una tienda llamada «La cigüeña de París» dedicada a ropa de niños. Estos días me pregunto cómo estarán pasando estos calores allá arriba porque aquí abajo todo el mundo dice que esto es un infierno.
Bueno, personalmente creo que el lugar de Salamanca más cercano al Infierno es la Cueva de Salamanca por muy fresco que se esté en ella: no hay que fiarse, que esa frescura igual la carga el diablo. Desde la Cueva de Salamanca se ven las cigüeñas de San Esteban saltando de los nidos a los pináculos y llenando con sus conversaciones los claustros del convento. Quizá la que tomó posesión de la Gran Vía fuese parroquiana dominica. Hoy puedo decir aquello de he visto cosas que vosotros no creeríais ('Blade Runner'), una cigüeña paseando por la Gran Vía. Con un par. De alas, claro.
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