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El lunes hubo reunión de sabios en la Sala de la Palabra del Liceo convocados por María Jesús Mancho, presidenta del Centro de Estudios Salmantinos (¡viva la presidenta!) para la presentación del nuevo libro de la catedrática María Nieves Rupérez Almajano, que era, también, su ingreso en el CES. La elección del lugar tenía su importancia porque el libro/discurso va del Convento de San Antonio El Real, cuyos restos se reparten entre el Liceo y la vecina tienda de Zara. Uno de nuestros «olvidados» y así enlazo con el título del libro, «Rescatando del olvido», que es una obra documentada, amena e imprescindible como corresponde al talento y empeño de una de nuestras sabias. Fue un rato fascinante para el curioso de Salamanca y muy divertido, porque con mucha seriedad Rupérez fue desgranando algunos episodios del convento que nos hacían pasar de la sonrisa a la risa. Sin ánimo hace «espoiler» –perdón por la palabrota profesor Román Álvarez– aquellos franciscanos impulsores del convento colaron su obra cuando desde 1617 estaba prohibido crear nuevas comunidades religiosas porque empobrecían las localidades, pero lo consiguieron vendiendo gato (hospicio o enfermería) por liebre (convento con dependencias para nobles), y lo que podría ser un edificio sencillo para sanar a frailes enfermos o muy mayores se fue convirtiendo en uno monumental, en todos los sentidos. Y con apoyo de la Corona frente al Concejo, otros franciscanos y hasta el Consejo de Castilla. Todo ello va aderezado en el libro con datos, explicaciones, declaraciones, informes, planos, fotos… que provocan un arqueo cada vez más elevado de las cejas.
Una historia así sólo podía terminar mal, con los frailes provocando un escándalo tremendo el 11 de febrero de 1734 con hechuras sediciosas y malas intenciones hacia Isabel II. Un episodio maravilloso que fue el principio del fin porque luego vino la venta y desmantelamiento del convento y más cerca de nuestros días el toma y daca para emplazar el Zara más hermoso del mundo. La presentación terminó con Rupérez guiándonos por los restos conventuales del Liceo, que desde entonces ya vemos de otra manera. La historia de este Liceo está también en el libro sobre el urbanismo salmantino del siglo XIX de Enrique García Catalán, otro sabio, que contestó al discurso de la autora y en un momento dado mencionó al profesor José Ramón Nieto, lo que hizo que saltase de la butaca recordando las buenas charlas que tuve con aquel sabio con una taza de chocolate, al que era devoto por su pasado familiar. Tuvo aquel convento –hay planos en el libro– dimensiones extraordinarias que iban desde la Plaza de Santa Eulalia a la tienda de Zara, donde estaba emplaza la iglesia y donde estaba la torre de aquella Casa de las Amayuelas en la que comenzó todo. Me sigue sorprendiendo que tanta dependencia y tan grandiosa cupiese en todo ese espacio.
La cita en la Sala de la Palabra reunió a mucho curioso de lo salmantino. Investigador y divulgador. Miguel Figuerola, Margarita Becedas, Emilio Sánchez Gil, Rosa Lorenzo, Jesús Málaga, Josefa Montero, Vicente Sierra Puparelli, Ana Castro, Mariano Esteban, Isabel Bernardo, Román Álvarez, José Luis Yuste, Elvira Sánchez, Ignacio Francia, José María Hernández, Ángel Vaca, Francisco Morales, Ramón Martín… uff cuánta sabiduría. Una cita que me obliga a recordar esa buena idea de convertir el Cerro de San Vicente en un balcón de la Salamanca desconocida, desaparecida y olvidada en la que sé que se trabaja. Y con ánimo. Ya sabe que ánimo de comenzar hay que unir la gloria de concluir, recuerda la puerta de San Boal, que enfrente tiene el edificio de la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy, que bien pudo tener su sede en aquel convento de San Antonio El Real. Es curioso el encuentro de padre e hijo en el Hospital de Los Montalvos. Genaro de No Hernández (Coliseum, Facultad de Derecho…) remató el sanatorio que comenzó Rafael Bergamín –luego exiliado a Venezuela– en cuya capilla ya están las pinturas de Genaro de No Soler, hijo de Genaro de No Hernández, que hizo para el desaparecido Clínico en 1975.
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