Eustaquio Andrés

Ha sido una semana movida, en la que pasé de hablar de rugby y Salamanca con Ian Gibson a verme rodeado de candidatos envuelto en llamadas a la movilización. Pero también esta semana estuve en el campo de golf de La Valmuza, donde se entregaba a Eustaquio Andrés el premio Empresario del Año por parte de la patronal salmantina CES, cuyo presidente, Antonio Rollán, desplegó elogios al receptor del premio, sin duda uno de nuestros empresarios de referencia. Lo es, naturalmente, pero es también una extraordinaria persona a la que me unen vínculos casi familiares. Le pregunté por su jubilación y me respondió que en la empresa uno nunca se jubila del todo. Una frase llena de sabiduría y trasladable a la propia vida.

El campo de golf estaba magnífico de color y ambiente, y en las instalaciones había notables representantes de la empresa y la política, incluida Ana Suárez, que ese día cumplía cincuenta años; también Almudena Parres, número dos de Carbayo en el partido, se dice, que acudió acompañada de Fernando Rodríguez, al que algún día podremos atribuir la frase de Andrés: de la política uno nunca se jubila del todo. La cita contó con el consejero Fernández Carriedo o el presidente de la Cámara de Comercio, Benjamín Crespo, mucho mejor de sus accidentados pies, al igual que mi amigo Luis Rodero, empresario de autoescuela, que va caminando mejor. También estuvo Pedro Díaz, presidente de LA GACETA (¡viva el presidente!), que celebra allí su tradicional torneo de golf. Todo el mundo tuvo estupendas palabras para el galardonado, ejemplo de muchas cosas, igual que Ian Gibson tuvo emocionantes palabras hacia Salamanca, en la que estudió español admirando a Fernando Lázaro Carreter; en sus memorias, presentadas en Salamanca esta semana, habla de una amiga muy especial, Verena Rufener, que le dejó una cicatriz sentimental que el hispanista reconoce.

No se consumó su amor en un islote del Tormes, como hacían las parejas desde muchos siglos atrás, pero fue una relación llena de ternura. Gibson ha tenido poca relación con Salamanca, a pesar del Archivo de la Guerra Civil o la propia Universidad de Salamanca, pero la lleva en el corazón. Un corazón muy maltratado, según relata, por el rigor metodista de su familia. Otro episodio «salmantino» muy curioso tuvo de protagonista a un enfurecido Basilio Martín Patino, pero no quiero desvelar más de estas interesantes memorias. Esta semana he acabado de ver la espléndida serie sobre la reina Carlota, derivada de los «Bridgerton», en la que la palabra consumación se repite con insistencia.Mañana es San Isidro y el campo está hecho unos zorros por la sequía.

En Salamanca hay un barrio de Labradores lleno de historia e historias. Desde los chalecitos de Mirat al rascacielos salmantino, que establecen sus límites. Hay una calle de las Eras y una antigua Ronda de Labradores, que se llama desde los años cuarenta calle Valencia y esconde agravios entre valencianos y salmantinos; tuvo una fabrica de harinas, que ardió, y notables establecimientos sanitarios, como el del «18 de julio», la Casa de Socorro y el recuerdo de algunas clínicas particulares de gran prestigio, y luego está el Mercado de San Juan de Sahagún, alivio del Mercado Central cuando la ciudad ya se proyectaba imparable al norte, y Bien de Interés Cultural desde hace poco. El nombre de Labradores recuerda que estos terrenos eran de labranza, como una Armuña adelantada, así que de tener fiesta el barrio sería esta semana. Ya podemos pasear a San Isidro, rezarle de todo, meterle y sacarle del río implorando lluvia, que buena falta hace.

Ni los libros han conseguido lluvia en condiciones.La Casa de las Conchas sirvió de escenario para presentar el FÁCYL, cuyo programa conoceremos esta semana. La viceconsejera de Cultura, Mar Sancho, confirmó que el legado de Carmen Martín Gaite estará en Salamanca. Su anuncio coincidió con la reedición en Austral de su «Entre visillos», prologado por María Dueñas. Pronto estaremos con el centenario de la escritora.