Elegir un 18 de julio para la constitución de la nueva Corporación Provincial es un riesgo. Lo saben los fantasmas que por la noche deambulan por las estancias de La Salina, las esculturas y las figuras de los cuadros que cuelgan en las paredes. Lo saben los funcionarios más veteranos y uno también, porque estuvo allí. Y a pesar de todo, ayer, hubo constitución y proclamación de nuevo presidente, que es el que estaba, Javier Iglesias. Igual es que tiene que ser así, pero la fecha… Sabiendo que la carga el diablo. ¡Qué necesidad! Otro 18 de julio, el de 1991, hubo un acto similar en La Salina, aquella vez fue dentro del edificio, y en el recuento no salieron las cuentas; lo llamaron «Davilazo» y los partidarios del damnificado Casimiro Hernández, que aspiraba a presidente y se quedó compuesto y sin cargo, lo sacaron a hombros por las calles como a un caudillo, llegando hasta la misma Plaza Mayor, reivindicándole como legítimo presidente, aunque no tuviese los apoyos para ello. El escándalo fue de los gordos, la imagen que se dio lamentable y salimos en la prensa nacional de entonces. Me preguntaba ayer, recordando aquel episodio, rodeado de políticos y personalidades, si todo habría sido diferente si aquella toma de posesión hubiese ido como se esperaba. Si los protagonistas de ayer serían otros. Personalmente, no me parece oportuno jugar con el 18 de julio, que ya vemos que la fecha la carga el diablo. Aunque no faltó color en el patio de La Salina, gracias a las invitadas, el protagonismo fue para el dorado de la piedra, la variedad de arcos, los cuerpos retorcidos de las ménsulas, que recuerdan el esforzado contorsionismo de la política, y el nuevo presidente, que es Javier Iglesias. También para el calor, los discursos (planos), y algún olvido burocrático, que pudo dejar a un diputado sin cargo. No le digo. Al final, no hubo sorpresa y todo fue conforme al guion.
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También ayer, 18 de julio, casi a la vez que sucedía lo de La Salina, regresó a su Salamanca el legado de Carmen Martín Gaite. Se custodia en una caja fuerte del Centro Internacional del Español, antiguo Banco de España, cuya combinación guarda bajo siete llaves, dentro de un arca encerrada en una cámara secreta de la Universidad de Salamanca el rector Ricardo Rivero, para evitar que vuelvan a llevárselo. A escasos metros de los papeles de Carmiña se encuentra el recuerdo de su casa y la escultura que la hace aún más inolvidable. Con su boina, que algún día se exhibirá en el Museo de la Ciudad. Y sus libros. Vi a Carmen agitarla al viento mientras cantaba «Salamanca, la blanca», y me firmó una primera edición de «Entre visillos». Así que cómo no iba a estar en su entierro en un remoto y granítico pueblo de la Sierra de Madrid, a la sombra de Navacerrada, en una tarde de verano con el sol cayendo a plomo, como estos días. La escritora ponía color a todo lo que hacía. Su presencia era pura cromoterapia. Y lo que escribía se lee a colores, como las viñetas de Ibáñez (¿qué tal un homenaje en Salamanca?), aunque no siempre fueron alegres sus textos.
En el momento más tenso de la campaña electoral, estas últimas horas, ha aparecido en escena la feria salmantina, dejando a la taurina «Mariseca» boquiabierta. Espero que hayamos dejado algo para su izado, como manda la tradición, pero ya tenemos los conciertos, las fechas de los toros, la Salamaq y la Feria de Día, así que queda pendiente el Festival de Artes de Calle. Del apartado musical espero mucho de la «Plaza Acústica» por la novedad, porque a estas alturas Alaska y Mario, Malú o Juan Magán dudo de que me digan algo que no sepa. Otra cosa es Vanessa Martín, por ejemplo. Pero para gustos, los colores. El caso es que el domingo después de votar puede irse de vacaciones, cerrando la puerta al salir, asegurándose de que lleva gorra y agua. Por el calor y lo que sea.
La campaña trae hoy a Salamanca a José Luis Rodríguez Zapatero. ZP, le llamaban. También «Bambi». Hoy cuesta reconocerle cuando toma la palabra. No hay color.
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