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Fue un beso sin seso. Antes los médicos recetaban sesos rebozados a los niños, incluso la fritura se anunciaba en las cartas de algunas casas de comidas. No recuerdo para qué eran buenos los sesos, pero sí que el hígado lo era para la falta de hierro, que derivaba en anemia. Eran médicos inspirados por el principio renacentista de que la comida era medicina; hoy las restricciones dietéticas determinan la nueva medicina y los galenos nos recuerdan a aquel colega que martirizaba a Sancho en la isla de Barataria con la comida. A aquellos sesos, para no decir que lo eran, los llamaban talentos. El talento de las jugadoras españolas que ganaron el Mundial de fútbol en las antípodas colisionó frontalmente con la ausencia de talento de su presidente y el asunto nos ha llevado esta semana a que nos señalan desde todo el mundo, las redes ardan y el Estado eche carbón a la cocina jurídica para el rebozado de sesos, pero como Rubiales carece de ellos, mollera, sesera... llámelo como quiera, veo un mal plato por escaso. Una carencia expuesta desde el instante en que le endosó el beso a la jugadora Jenni Hermoso como parte de una puesta en escena que incluyó el gesto de llevarse la mano a los genitales como hacen los simios, así es este hombre. Y lo vio todo el mundo. También aquellos que tienen que designarnos o no para un Mundial futuro, en fin, imagine. Encima, en unas semanas, el Rey recibe a las jugadoras, y su esposa, la Reina, estaba en aquel momento con una de sus hijas al lado del simio, que todos esperamos que no esté en la recepción. El escritor Manuel Jabois dijo hace unos días que Rubiales no se ha enterado, no tiene ni idea de lo que ha hecho y ha provocado, pues bien, antes de la asamblea de este viernes ya debía haberse enterado y dimitido. Pero no. Él es la víctima, dijo, al tiempo que los suyos (más de lo que parece) le aplaudían. Parece que no fue el caso de Marcelino Maté, que rige el fútbol regional y se ha puesto a buen recaudo criticando la actitud de Rubiales, de esa manera.
También por esto ha sido una semana sofocante, que nos ha dejado ardor de estómago, además de ojeras por el insomnio que tatúan las noches tropicales. La situación ha mejorado. El termómetro ha ido para abajo y da menos agobio ver los escaparates de los comercios en los que ya se muestra la ropa de otoño. Tengo que preguntar a mi amiga Beatriz, Bea «Kiss», de San Morales, experta en moda si cree que la corbata, desterrada por los hombres, se incorpora este otoño al vestuario femenino y si esto tiene alguna lectura coyuntural. Beatriz, con modelos de su tienda, y Sara Díez, con diseños propios, protagonizaron en San Morales una gala para la investigación del cáncer infantil fantástica, en la que implicaron a jóvenes del pueblo y la comarca, y donde actuaron talentos musicales, como Geliche o José Luis, además del fantástico Armando, la Rondalla Salamanca y Mercedes, que tiene una voz muy especial para interpretar copla. En la cocina de esta gala estaba Raquel Serrano, que ya organizó otra parecida antes de la pandemia, y es el alma, corazón y vida de este sarao lleno de solidaridad y brillibrilli. La gala sirvió para abrir las fiestas del pueblo en honor de San Bartolomé con memorable pregón de los jóvenes, y para que los vecinos volviesen a hacer suya la plaza de la localidad, a la sombra del campanario.
Preguntaba Groucho Marx a quién va a creer, a lo que ven sus ojos o a lo que yo le diga. De eso va ahora la historia del beso, que nada tiene que ver con la película de Garci, ni con la clasificación que la Wiki publica de los tipos de besos; el de Rubiales está en otra categoría. Beso sin seso, pero con consecuencias. Un beso que no sabe a nada, ni siquiera a uvas y queso. Amargo, humillante, feo, llámelo «beso rubiales». Quizá ver los besos de la última escena de la película «Cinema Paradiso» consiga que este país se olvide algún día de él, aunque pasará un tiempo.
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