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DE LARGO ALCANCE

El precio justo

Amnistía, no referéndum. Y llueven aplausos cuando se anuncia el precio justo, en el que lo que se celebra es que todo tiene un precio. Y este va a estar por los suelos

Lunes, 9 de octubre 2023, 05:30

Huyendo del atardecer, que en Centroeuropa acontece ya poco después de las seis de la tarde, entré recientemente en un anticuario. Me había llamado la atención, desde el escaparate, una pequeña porcelana japonesa, una figura con ojos de ámbar como la liebre de Edmund de Waal, completamente fuera de lugar en una callejuela de Viena. La tomé con delicadeza para observarla desde varios ángulos, sin saber bien qué opinión me merecía. Y seguí sin saberlo hasta que el anticuario me desveló su precio. Sólo entonces me hice una idea concreta del objeto y de mi potencial relación con él. Dejó de interesarme.

El precio, a menudo, completa el círculo del conocimiento, de nuestra reacción y de nuestro lugar en el mundo. Hasta que no le das la vuelta a la etiqueta y aparece el precio, no sabes si te interesa el artículo. No hablo de poder permitírtelo o no, sino de si el precio encaja en tu idea de su valor. Si el precio es demasiado alto o demasiado bajo puede ser motivo suficiente para rechazar el objeto.

Fue Aristóteles el primero en diferenciar, en su Ética, entre el valor de uso y el valor de cambio. Teorizaba sobre la justicia y se topó con el precio. Porque lo justo deja de serlo si se persigue a cualquier precio. San Agustín, en La Ciudad de Dios, nos enseñó que el precio es subjetivo y se refirió al 'justo precio' como al pagado en el intercambio. Asomaba ya al pensamiento la idea del equilibrio entre la oferta y la demanda. Santo Tomás de Aquino, en el Tratado de la Justicia, introduce el coste y el valor del trabajo invertido como referencias necesarias del precio justo. También insuficiente.

Si soy sincera, hasta la Escuela de Salamanca no encuentro una teoría general del precio, que explique por qué era legítimo el precio del netsuke vienés y por qué no lo es el precio al que se está ahora vendiendo España. Es Domingo de Soto el que advierte que las cosas «necesarias a la república» no pueden intercambiarse a un precio libre, el que más directamente relaciona precio y necesidad. Cabría esperar que Sánchez se dejase guiar por el marxismo para poner precio a la compra de su investidura, pero no.

El eje de la teoría de Marx consiste en decir que la base del valor de una mercancía está determinada por la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirla y, que yo sepa, Puigdemont lleva muchos años sin dar palo al agua. Ni siquiera encaja aunque entendamos trabajo por conseguimiento de votos. Intuyo que el aparato filosófico de la decisión se basa más bien en 'El Precio Justo' de Joaquín Prat. Primero va llamando a los potenciales socios '¡A jugar!'.

Las atractivas azafatas muestran después el objeto, que el locutor describe con detalle, y se pasa a una puja en la que gana el que más se acerque sin pasarse. Amnistía, no referéndum. Y llueven aplausos y confeti cuando se anuncia el precio justo, en una especie de happening en el que lo que se celebra es que todo tiene un precio. Y este va a estar por los suelos.

Ese es otro de los enigmas que, desde los clásicos, no es posible resolver: cómo ha llegado nuestra democracia a este importe de saldo. Me explico: el socialdemócrata alemán Carsten Schneider ha propuesto una «herencia básica» de 20.000 euros para todo el que cumpla 18 años.

Es poco probable que cuaje como plan porno para comprar voto joven, pero obsérvese que a los jóvenes alemanes les ofrecen 20.000 euros, mientras que a los nuestros los compran por 400.

En España no le pagan 20.000 ni a los delegados provinciales que Sánchez utiliza como escudos humanos. Hemos entrado en una dinámica de resta y división incomprensible. Al menos los clásicos, como dirían Lois, no comprenden España.

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