Cuando la corrupción alcanza tal nivel que causa pudor hablar de ella, bien puede el discurso girar, por un momento, y atender al populismo, el otro cáncer que aqueja la política. Los autores que se han dedicado a esta lacra son ya incontables: desde «Bakunin y la invención del pueblo» de Knepper hasta «El siglo del populismo» de Rosanvallon, pasando por los ensayos y de Jan-Werner Müller y Chantal Delsol, «Contra la tentación populista» de Slajov Zizek, la cartografía de Rivero y Zarzalejos o el clásico de Jan-Werner Müller y Clara Stern. A ellos acaba de sumarse, inlcuso, el presidente de la Conferencia Episcopal española, José Luis Argüello, para hablar de «la rapiña y el populismo de la antipolítica». Casi todas las fuentes coinciden en el diagnóstico y algunas se adentran más profundamente en las causas, pero sigue faltando una guía de uso práctica, un manual de instrucciones contra los populismos que nos ayude a protegernos y proteger nuestro entorno, así que sigo leyendo en su busca.
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Recientemente me ha impresionado un estudio de la Escuela de Medios de Hamburgo titulado «Desert Radar», cuya tesis defiende que la desaparición de los periódicos locales y regionales tiene efectos negativos tangibles sobre la democracia, en términos de participación política, polarización y populismos, y también sobre la comunidad, en términos de comportamiento político y empresarial. En las estepas y desiertos mediáticos, defiende el estudio, aumenta el populismo proporcionalmente a la desaparición de cabeceras de prensa, lo que me lleva a preguntarme por la aguja del populismómetro de una ciudad como Salamanca, con menos periódicos y menos horas de programación local que nunca en las cadenas de radio. Pero más aun me ha llamado la atención una reciente campaña emprendida y financiada por empresas alemanas destinada a combatir el populismo, desde la convicción de que el populismo y la prosperidad son conceptos enfrentados.
Más de 30 grandes empresas alemanas, entre las que se encuentran pesos pesados tan reconocibles como Siemens, Bosch, Mercedes, Bayer, Deutsche Bahn, RWE, Deutsche Bank y Volkswagen, se han posicionado contra el populismo en la iniciativa «Defendemos los valores». Han hecho un llamamiento conjunto a sus aproximadamente 1,7 millones de empleados a estar atentos y reconocer discursos políticos que se cuelen en los partidos, para no votarlos, y han lanzado en redes sociales hilos de mensajes, contenido de concienciación y un programa de eventos. Los responsables de la actividad económica están convencidos de que «el populismo, que genera exclusión, odio y aislamiento, no es compatibles con nuestros valores y pone en peligro la libertad y la prosperidad de cada individuo». Si por partir la iniciativa de las grandes empresas hay algún lector que ya está intentando etiquetarla de derecha, ya puede ir dejando a un lado ciertas categorías obsoletas y que ya no sirven para el análisis, tan adentrados como estamos en el siglo XXI. También participan en la misma iniciativa la Confederación Alemana de Sindicatos y la Federación de Industrias Alemanas, componiendo así un mosaico bastante completo de la economía alemana.
Más que de derecha e izquierda, debemos hablar de sistema y antisistema. Y el populismo es una fuerza claramente antisistema democrático, por su carácter demagógico y abrasivo. «Los populistas cuestionan nuestros valores más básicos y ofrecen soluciones aparentemente simples pero inservibles», ha expuesto uno de los promotores, el presidente ejecutivo de Siemens, Roland Busch, que no ha tenido reparos en acusar a los populistas de estár «dividiendo a nuestra sociedad y amenazando nuestro futuro». El director del Deutsche Bank, Christian Sewing, ha advertido por su parte que «incluso los inversores, que tradicionalmente han mirado a Alemania precisamente por nuestros fuertes valores democráticos, de estabilidad y garantías, miran con preocupación y dudan en invertir» en cuanto los populismos se asoman a la cosa pública. El populismo empobrece, es el mensaje fundamental, sin entrar en consideraciones éticas ni políticas. Desde la más pura y estricta conveniencia económica. La educación, que es la base de la democracia liberal, parece jugar un papel en la más alta o más baja tolerancia a los populismos.
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