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Nos fascinaba aquella cotidianeidad con la que los personajes de Star Trek se teletransportaban o curaban a sus enfermos con sólo escanearlos con un artilugio que establecía sus constantes vitales, diagnosticaba y sugería tratamiento en apenas un instante. La inmediatez y precisión de aquellos aparatos nos maravillaba y nos adentraba en mundos de ciencia ficción que hoy, cuesta creerlo, comienzan a hacerse realidad.

Todavía no podemos teletransportarnos, esa tarea sigue pendiente, pero sí tenemos ya escáneres corporales CT que han reducido a apenas unos segundos el tiempo que el paciente pasa en la camilla antes de que el equipo de urgencias cuente con datos de alta definición, junto a diagnósticos alimentados por inteligencia artificial que aceleran el proceso hospitalario. El tiempo de reacción a un ictus, la segunda causa de muerte y la primera causa de discapacidad, queda reducido hasta en un 50%. Celebro el último descubrimiento del Centro de Investigación del Cáncer, esas proteínas que permitirán disparos más certeros contra la enfermedad, mi felicitación al equipo de Eugenio Santos. La ciencia sanitaria avanza a buen paso y estamos a punto de ver cambios sustanciales, que falta nos hacen.

El acceso público, universal y gratuito a la sanidad es sin duda una de las grandes conquistas de nuestra civilización, pero nuestros sistemas sanitarios se han ido convirtiendo en monstruosos gigantes burocráticos y a menudo incapaces de girar en torno al paciente, teórico eje gravitatorio de su actividad. De poco sirve el acceso universal y gratuito si las listas de espera impiden, de hecho, acceder. Si los equipos de urgencias carecen de la experiencia necesaria o si la población rural tarda tanto en llegar al hospital más cercano que el término «urgencias» pierde su sentido. La combinación de atención en remoto, escáneres de última generación e inteligencia artificial, va a revolucionar la atención sanitaria para bien y va a ser pasado mañana. Técnicamente es ya posible, solo falta el big data. La inteligencia artificial se alimenta de datos y nosotros somos la generación que los está proporcionando. Y es aquí donde salta la alarma. Los datos sanitarios constituyen una información tan valiosa como peligrosa. En malas manos permiten la destrucción de una sociedad igualitaria. Un ejemplo basta: si usted hoy padece cáncer, los algoritmos de Recursos Humanos impedirán mañana que su hija acceda a un puesto de trabajo para el que está capacitada porque calculan una mayor predisposición genética a bajas laborales. Debemos protegernos a tiempo, con códigos éticos, mecanismos de control que garanticen la seguridad de los datos y regulación que debe adelantarse a una realidad que avanza a la velocidad de la luz. Y la Universidad tiene un importante papel que jugar en ello.

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lagacetadesalamanca Nueva era sanitaria