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Mejor que no venga

Mira que profeso la fe en el intercambio de pareceres con todo aquel que piense diferente, pero en el caso de Trump no sufrimos un choque de ideas

Lunes, 10 de febrero 2025, 05:30

Va a ser mejor que no venga. Mira que yo llevo toda la vida invitando gente a Salamanca. Gente de todo origen y condición. Mira que le he metido en casa a mis padres variados personajes a los que me empeñaba en mostrar en primera persona las maravillas de esta ciudad y de esta provincia, convencida de que debería ser asignatura obligatoria y troncal el subir la calle Compañía por lo menos una vez en la vida y que todas las religiones deberían incluir en sus mandamientos la peregrinación a Salamanca… Pero en el caso de Donald Trump, va a ser mejor que no venga. Me lo imagino entrando por la Plaza y amenazando con comprarla o, en su defecto, hacerse con ella por la fuerza. Me lo imagino planeando cómo «hacer grande de nuevo el Puente Romano», imponiendo aranceles a la corriente de aire que despeinaría sin remedio su flequillo, en el cruce de la Rúa y la calle Palonimos, o liándose a mordiscos con la estatua de Xu Hongfei, como ya ha hecho algún vándalo aprendiz del presidente americano. Va a ser mejor que no.

Mira que profeso la fe en el intercambio de pareceres con todo aquel que piense diferente, pero en el caso de Trump no sufrimos un choque de ideas, sino un choque de realidades. Su realidad es la de un tipo que ha sacado una criptomoneda y se ha embolsado con ella 40.000 millones de dólares en las primeras 48 horas. La nuestra es, efectivamente, otra. La suya es la de los ricos que hacen lo que quieren y los pobres que hace lo que pueden y la del ¿para qué discutir, si puedes pelear? No le niego el legítimo derecho a defender los intereses de su país, pero es que ha entrado en la política internacional como repartidor al volante de un camión por el casco viejo de Salamanca, llevándose por delante piezas históricas mientras pisa alegremente el acelerador y cargándose un patrimonio que hemos tardado muchos siglos en atesorar: un orden internacional basado en reglas, donde se espera que las naciones cumplan con los tratados, los socios no se ataquen los unos a los otros y el más fuerte no aplaste al más débil. Que actúe así un mindundi bananero está mal, pero que lo haga Estados Unidos está peor porque su poder económico, político y militar le confiere una responsabilidad para con el resto del mundo. Y esa es precisamente la parte que Trump no acierta a entender, que nadie se hace verdaderamente grande si es a costa de otros; que los pobres pueden pedir limosna, incluso trabajo, donde les parezca, así sea al otro lado de la frontera, y que «nunca una tierra se ha empobrecido por la abundancia de extranjeros pobres». Son frases de Domingo de Soto que demuestran lo beneficioso que sería para el orbe todo que Trump se pasase por San Esteban a ilustrarse un poco. Pero es que me lo imagino, entrando por la Plaza de Anaya y anunciando recortes, porque tenemos aquí dos catedrales y en su opinión estaría sobrando al menos una. Cerrando CIEUSAL porque dice que el español es «lengua de pobres» o ideando sanciones para los descendientes de los tribunales escolásticos o de los Alcaldes de la Mesta, en cuanto acabe con los familiares de los funcionarios de la Corte Penal Internacional. Y mira que estoy yo convencida de que una buena ración de ibérico hace entrar en razón y conocimiento a casi cualquiera, y que si lo riegas con un Ribera joven no hay diálogo que no prospere, pero ni así. Sintiéndolo en el alma, va a ser mejor que no venga, a riesgo de que persista en su ignorancia y no llegue nunca a acceder a todas esas Humanidades que Salamanca respira y con las que el de Queens, por lo que sea, se añusga.

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