Si a ti te llama el presidente del Gobierno, tú vas. Por más impresentable que sea, representa a todos los españoles, tanto los que le votan como los que no, tanto los que bailan en la fiesta de la matanza de España como su víctima, el españolito medio, el sufrido y burlado contribuyente del golferío. Es cierto que el presidente representa más a los que se pasan la Constitución por donde usted ya me entiende que a los que se la han leído, pero sobre el papel nos respresenta a todos y el papel es importante, es lo último que nos queda de un sistema institucional en barrena.

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Sánchez pasará, más pronto que tarde, pero la institución quedará. Así que tú, vas. Y una vez allí, te explayas y le dices todas esas verdades como panes por las que tú ganas elecciones y él no.

¡Qué no daría yo por una de esas invitaciones a Moncloa, que evidentemente no recibo porque a mí no me vota nadie, para poder soltarle en su cara de descuartizador un par de lindezas! Pero para eso hay que ir. Lo contrario es rebajarse a la altura de los que no van el 12 de octubre o no ponen la bandera de España en el balcón del ayuntamiento. No ir es un error político, cometido en situación de acoso y que se superará en cuanto haya ya una orden de alejamiento sobre el acosador. Esperemos que no tarde.

Lo bueno es que de los errores se aprende. En esta ocasión, ha sido una lección de liderazgo. Los analistas de corte autoritario, los del ordeno y mando dictatorial, critican a Feijóo por no dar un puñetazo en la mesa, que no es su estilo.

Quienes viven inmersos en la cultura del macho alfa, que ven tan normal marcarse un Tudanca como organizar un congreso en Sevilla a la búlgara, unas primarias de un partido capado, a las que no se presenta ningún otro candidato, ignoran que el liderazgo democrático no es ese, sino la capacidad de ganar para tu equipo también a aquellos que no están en todo de acuerdo contigo, pero sin amenazas ni guillotinas. En la Europa del siglo XXI, liderar es escuchar, conducir y acompañar, aunque viene de lejos. Ya 350 años a.C. definía Aristóteles al líder virtuoso como justo, compasivo y considerado con las diferencias de los suyos.

Y Daniel Goleman ha actualizado su clasificación de líderes, anotando las categorías de autoritario, democrático, afiliativo, orientativo y timonel. No es necesario desarrollarla para identificar quién es cuál.

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Y a quien no le quepa en la cabeza que el líder no castigue con el látigo a una mujer que piensa por su cuenta, así se equivoque, que se lo haga mirar cuanto antes.

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