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El Consistorio ha pedido a los vecinos que no depositen en el Zurguén cualquier otra cosa que no sea madera, cartón o papel, para evitar la producción de gases nocivos y que las hogueras de San Juan sean seguras para todos, pero yo estoy por pedir un permiso especial para quemar este año de una vez por todas tanto como estamos deseando dejar atrás.
En andas llevaría yo a la lumbre el frentismo que se ha apoderado de las instituciones y ha hecho morada allí donde antaño reinó la moderación y el espíritu de consenso, del que nació nuestra democracia. Eso sí, los gases de semejante combustión serían ponzoñosos y revulsivos, como lo es el servirse de enfrentar a unos españoles contra otros con el único objetivo de obtener rédito político. A la pira entregaría con gozo todas esas mentiras por las que Alsina preguntó en su entrevista al presidente, para que el fuego las purifique y nos devuelva por fin a una nueva normalidad en la que los gobiernos hagan lo que dicen y digan lo que hagan, que abandonen el cinismo y vuelvan a tratarnos como a votantes, en lugar de como a ovejas.
Una descomunal falla levantaría con la legislatura perdida en términos económicos, en la que el PIB per cápita de nuestros socios europeos ha crecido cuatro veces más que el de España y en la que la deuda pública queda en el 112%, seguramente la más triste herencia para la siguiente generación de votantes.
Y como mi ADN moral me impide quemar papel alguno, marcado a fuego por la sentencia de Heinrich Heine, que profetizó que allí donde se queman libros se acaba quemando personas, evitaría arrojar al fuego varios textos legales, por mucho que los deteste: esos que coronan a los okupas como monarcas de lo ajeno, esos que, por torpeza y soberbia de quienes los redactaron, devuelven a la calle a los perversos y humillan doblemente a las víctimas, y sobre todo aquellos que desprecian la dignidad de la vida humana, sin reparar en que sus miserias forman parte de ella en la misma medida que sus grandezas.
Con la esperanza de que sea una nueva legislatura, y no las llamas, quien ponga orden racional en los códigos. Danzaría alrededor del fuego y entonaría profanos cánticos de renovación. Para permitir que de lo viejo surja algo más limpio y más sano, para celebrar y empezar de cero una readaptación del sistema político desde el que prepararnos para la gran transformación social y económica que nos aguarda a la vuelta de la esquina, que seguramente diseñen al alimón la Inteligencia Artificial y esa generación de españoles que dan ahora gratis la vuelta al mundo, como Phileas Fogg con Google Maps, sin caer después en la trampa de vender su voto por un puñado de billetes de tren y cuentas de colores.
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