La edad, definitivamente, concede la humildad. Esa virtud tan escurridiza durante la soberbia juventud, cuando sentimos que viviremos para siempre, va calando hasta los huesos lentamente, a lo largo de los años, a medida que nos damos cuenta de lo ingenuos que fuimos, lo poco que discernimos y lo mucho que dimos por hecho. Certidumbres que parecieron pétreas se van desmenuzando y los acontecimientos van corrigiendo, indolentes, las más candorosas convicciones. ¿Quién nos hubiera dicho, por ejemplo, que Biden haría bueno a Trump, indultando a su propio hijo y dejando en cueros y a la intemperie el prestigio del liderazgo del mundo libre? ¿Para qué nos sirve la democracia si aceptamos que su máximo exponente actúe como lo haría cualquier vil sátrapa? Asombrado me hais, mister president, tirando la misma chanza en verso que nos brinda también la sentencia: C'a galeras los llevéi.
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Intenta uno ver el lado jocoso, perdonar el lado humano, pero nada de ello evita que se vaya por el retrete la afiliación a un sistema con incontenibles y evidentes impulsos suicidas. Y se nos queda cara de alelados a quienes militamos, incautos, en la separación de poderes. Como si hubiésemos querido asistir al encendido de las luces de Navidad y el límite de aforo de la Plaza Mayor nos hubiera bloqueado el paso a pocos metros del arco de la Calle Toro. Como si no hubiésemos sido elegidos en el sorteo para participar en la Cabalgata. Pues claro que los fiscales deben poner el foco expresamente en todos aquellos más cercanos al poder y muy especialmente si ese poder se ejerce sobre los bienes públicos. Si no estamos de acuerdo en esto, si aceptamos que el uso del poder es discrecional, le estaríamos dando la razón a los antisistema.
Ahí está el PSOE, enfrascado en el «¡Yo se lo cago y cago bien!». Y todos dando palmas, navidad jubilosa, como las muñecas de antaño, mientras validan a los héroes del ERE, igulamente indultados. Resulta difícil precisar cuál ha sido, por cierto, el padre de todos los indultos de esta legislatura. Están también las rebajas de penas al asesino y a dos de los jefes de ETA que ordenaron asesinar a Miguel Ángel Blanco y los indultos a los perpetradores del procés.
Ahora que lo pienso, intento recordar algo más que haya hecho este gobierno, que no sea indultar indeseables, y me falla la memoria. El caso es que, si no pasase de ahí, todavía podríamos atribuirlo al descalabro patrio. Pero resulta que no, que hasta en el despacho oval se ponen por delante a los familiares y a los celestinos. Se le caen a uno los palos del sombrajo y el alma al suelo. Porque de verdad empieza a parecer que esto no tiene remedio.
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