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Hace tiempo que quiero comprarme un coche, porque el que conduzco desde hace más de veinte años es ya una tartana. Y me encantaría comprar uno eléctrico, pero los precios de los más eficientes, esos a los que las normas de emisiones no pondrán el cepo en al menos diez años, no están a mi alcance, ni al de cualquiera. Así que acabo de conocer los plazos en los que yo quedaré excluida de la circulación por el centro y en los que Salamanca quedará dividida. Los privilegiados que residan en la Zona 1, a partir del 1 de junio, podrán abrir la ventana y disfrutar de un aire más limpio. Me alegro por ellos. Pero quienes vivan en, pongamos, Pizarrales o Puente Ladrillo, seguirán respirando basura. Los pudientes que puedan comprarse un híbrido y deban acudir a los juzgados o hacer una gestión en la Diputación o el Ayuntamiento, podrán aparcar casi en la puerta y seguir con sus asuntos, pero el currela que sólo pudo comprar un diésel porque era más barato y que necesite el acceso a los mismos servicios de primera necesidad, tendrá que gastar zapatilla. Queda el transporte público, pero la pandemia nos enseñó lo poco recomendable que resulta para los ancianos y las personas vulnerables, especialmente en los meses de gripes, por lo que de un plumazo quedan también excluidos los más frágiles. Para la gente del campo, a quienes no queda otra que coger el coche, venirse a cualquier papeleo o a dar un paseo a la Plaza Mayor resulta ya un dolor de muelas.
¿No había otra manera de cumplir los objetivos de reducción de emisiones, una que no agravase las diferencias entre barrios? El hecho de que este mismo proyecto haya sido implementado en Madrid no significa automáticamente que esté bien pensado ni que sea directamente aplicable a Salamanca. Más hubiera valido que el dinero europeo empleado en comprar cámaras de vigilancia se hubiese invertido en un plan renove local, por ejemplo, destinado a que personas más vulnerables o con menos ingresos pudiesen adquirir coches eficientes. En un mundo con menos emisiones ¿sólo los ricos tendrán coche? ¿Nadie pensó en una estrategia alternativa?
Recuerdo, poco después de la gran crisis financiera de 2008, el cartelito que colgó en su despacho el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner: «Un plan es mejor que ningún plan«. Ya entonces, esa idea me pareció una faltada. Igual le consolaba a él, que formó parte más del problema que de la solución, pero insultaba a los afectados por el paro y los desahucios. Y en la crisis climática, tampoco vale cualquier plan.
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