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La escuela de los vicios

La Constitución sobrevive como última defensa contra esa caterva de políticos smart casual, parásitos de diseño de la Democracia

Lunes, 13 de enero 2025, 05:30

Hoy ya no es así. Casi cualquier estudiante de primero, recién llegado a Salamanca, cuenta con conocimientos avanzados en la técnica del air frier y está familiarizado con el concepto «lavavajillas». Pero hubo un tiempo en que era distinto, un tiempo en el que a los chavales (masculino plural) se lo daban todo hecho en casa y, cuando salían a estudiar fuera, lejos por primera vez de la Hélade materna, sucumbían al caos y al averno. No voy a referir la leyenda urbana sobre cómo dibujó el genial Chema Nieto la primera de su serie «Fe de ratas», durante su estancia en un colegio mayor de la ciudad, que conozco de oídas. Baste con recordar las palabras que pronunció un amigo suyo cuando, tras postergar una y otra vez la tarea de lavar los platos en el mugriento piso de estudiantes, exclamó al entrar en la cocina: «tíos, tenemos que mudarnos». Son las primeras palabras que me vienen a la boca cuando ahora me asomo a España. Aterriza uno en Barajas, agarra un par de periódicos y se da cuenta de que ya no puede seguir la trama de la serie de Moncloa, con sus giros pringosos, con su colección de inmundos personajes y grotescas escenas, como la de un fiscal general borrando mensajes de su teléfono. Son las cucarachas que salen por debajo de la puerta de un sistema sucio, con las tuberías atascadas por presupuestos sin aprobar, vergonzosos indultos y maltrato- guion-abuso a la población rural, uno para el que no parece ya haber solución. Quevedo se quedó corto en «La escuela de los vicios», que tanto me hubiera gustado ver en vacaciones de Navidad en el auditorio Reina Berenguela de Villares de la Reina y no pierdo la esperanza de recuperar en el Festival del Siglo de Oro. La porquería alcanza tal nivel que, en efecto, dan ganas de mudarse. Me pregunto qué cara se les quedaría a todos esos que viven de nuestros impuestos y cuyo único talento es seguir haciéndolo tanto tiempo como se lo permitamos, si todos los españoles diésemos a la vez un portazo y los dejásemos a solas con ellos mismos.

Algunos los toleran porque piensan, equivocados, que se embolsan a cambio su propio beneficio. Pero todos somos víctimas, lo entendamos o no, de la falta de sentido de Estado de quienes, a base de frentismo, se han hecho con la estructura del poder y maniobran desde allí para perpetuarse. Y aprenden de los mejores: igual que Trump usa la Presidencia para su inmunidad, la reforma de la acusación popular, enraizada en la tradición procesal española y que ha sido válida para la Monarquía, la República, la Dictadura y la Constitución, se utiliza aquí y ahora para seguir indultando, en este caso al más íntimo círculo del presidente, que está con el trasero al aire, ¡con el frío que hace!

Es necesario evitar que la acusación popular sea utilizada como herramienta de politización de la Justicia, eso es evidente, pero más necesario es que las leyes no lleven dedicatoria, con nombre y apellidos, y que sean respetadas no sólo en su letra, sino también en su espíritu. Empezando por la Constitución, que sigue ahí, mal que les pese, como antídoto universal contra el veneno de la corrupción. Ignorada y abollada, la pobre, pero en pie, la Constitución sobrevive como última defensa contra esa caterva de políticos smart casual, parásitos de diseño de la Democracia que explotan el esfuerzo de toda esa gente que madruga para trabajar y ocuparse de los suyos, todos esos que sí aportan a esta sociedad en la medida de sus posibilidades y que en adelante no podrán presentarse como acusación popular.

Es necesario limpiar con lejía, eliminar los malos usos, recuperar ejemplos pulquérrimos de gestión pública, o las costuras del sistema no soportarán ya más presión. Me alegra mucho leer en LA GACETA que el Centro de Láseres salmantino limpiará la basura espacial, que tanta falta hace, pero no puedo evitar preguntarme qué hacemos aseando el espacio mientras seguimos con la cocina en tal estado.

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