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Poco se ha inventado en política desde el Imperio Romano hasta hoy y la táctica del divide y vencerás ya estaba entonces muy sobada. «Dívide et ímpera«, decía Julio César, que estudió la batalla naval de Antium y el sometimiento de volscos y ecuos con esta estrategia, la de mantener bajo control a un pueblo fragmentado al que se impide unirse en pos de un objetivo común. Consiste en que un poder central crea o alimenta disputas y controversias entre distintas facciones a fin de lograr la debilidad del conjunto. Es tan efectiva que ha llegado fresca hasta nuestros días y su última edición es el intento de partir el espinazo a una comunidad grande y que no pasa por el aro, como es la de Castilla y León. Fracaso electoral tras fracaso electoral, los autodenominados socialistas buscan ahora quebrarla, como única vía para mejorar sus posibilidades. Y para ello están dispuestos a servirse de figuras como la de Manolo, con más de treinta años al frente del alcornocal de Valdelosa y al que el PP echó en brazos de los independentistas cuando saltó por encima de sus propios vecinos para vacunarse antes, durante la pandemia. Ahora parece dispuesto al papel de títere, en contra de los intereses de todos los castellanoleoneses, que no siempre nos entendemos del todo y que no hacemos demasiada bandera de nuestra división administrativa, pero que no somos tan palurdos como para ignorar una verdad elemental, la de que juntos somos más fuertes. Si el Gobierno se permite no hacernos caso ahora, no quiero ni pensar el grado de relegación en el que se sumiría esta tierra si formase parte de una entidad administrativa más pequeña e insignificante. Y todo porque a los chicos de Zapatero, que ni siquiera viven aquí porque están todos felizmente instalados en el Ibex, les causa ardor de estómago saber que en su pueblo gobierna Mañueco.
Lo más sensato, desde luego, sería no distraernos y centrarnos en nuestros auténticos problemas, entre los que destacan el de la despoblación y el errático gobierno de Sánchez. Lo más lógico sería no dar pábulo a un asunto de naturaleza marginal: salvo lo que se metan en el bolsillo los cuatro iluminados en la cola del empleo público, el independentismo leonés no beneficia a nadie y no contará con apoyo suficiente. Pero ya hemos visto triunfar en este país aberraciones enarboladas sólo por escuetas minorías y apoyadas únicamente sobre los pilares de la supervivencia de cadáveres políticos. Por eso conviene no dormirse en los laureles. Como nos descuidemos, nos independizan sin siquiera preguntarnos. Va a resultar que los independientistas leoneses están despertando una pasión por la unidad de Castilla y León inexistente hasta que ellos mismos decicieron dinamitarla.
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