El género lo inauguró Horacio, gran enamorado de los nobles valores de la República de Roma y horrorizado por el cesarismo, lo que hoy llamaríamos totalitarismo, que alabó la libertad de la vida en el campo en contraposición a las miserias y esclavitudes de la urbe. «Feliz aquél (Beatus ille) que, lejos de los negocios, como la antigua raza de los hombres, dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes»... Describía una bucólica existencia, desde el antagonismo a las constantes tensiones e intrigas capitalinas, aunque tirando de ironía crítica, propia del género epódico.

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Durante el Renacimiento se puso muy de moda y nuestro Fray Luis lo recreó desde una espiritualidad más entregada, identificando con toda sinceridad en el campo a «los pocos sabios que en el mundo han sido». Después, Lope de Vega y Góngora, entre muchos otros, siguieron alabando la vida campesina. «Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno; y las mañanas de invierno naranjada y agua ardiente, y ríase la gente». Y ese acervo de empatía con el campo se prolonga hasta nuestros días, en formas mucho más prosaicas pero igualmente elocuentes.

Cualquier otro discurso público debe contar con detractores, pero cuando los agricultores hablan, el resto escuchamos, en virtud de un ancestral respeto, que ni siquiera sabemos que sentimos, por la vida pegada a la naturaleza y a la Creación. Los datos lo respaldan: el 92 % de los españoles apoyó las protestas de los agricultores durante el 2024 y el 81 % de los ciudadanos del conjunto de la Unión Europea apoyó igualmente las manifestaciones que tuvieron lugar en sus países, según un Eurobarómetro sobre la agricultura y la PAC de la Comisión Europea. Simpatizamos con las reivindicaciones de los agricultores incluso con cierta independencia de si estamos de acuerdo o no con lo que piden: el 54 % de los españoles estuvo totalmente de acuerdo con las manifestaciones; el 38 % sólo tendía a estar de acuerdo; un 4 % tendía a estar en desacuerdo y un 1 % estaba totalmente en desacuerdo. En el conjunto de la UE, un 34 % estaba totalmente de acuerdo con las protestas y un 47 % tendía a estar de acuerdo, mientras que un 12 % tendía a estar en desacuerdo y un 3 % estaba totalmente en desacuerdo. Pero más allá de si les daban o no la razón, los europeos mayoritariamente nos rendimos ante un sector que, sin embargo, el sistema se empeña en maltratar. Los ciudadanos del mundo rural siguen siendo considerados como de segunda categoría y el Estado se desentiende de sus obligaciones para con ellos, excusándose en la despoblación que causan sus propias políticas, en una pescadilla que se muerde letalmente la cola.

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