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Nadie merece más comprensión que los ganaderos de Salamanca, abandonados y olvidados por todos. Condenados sin culpa a una burocracia que estrangula las explotaciones. Sometidos a una PAC que se parece más a la planificación quinquenal soviética que a lo que cabría esperar en un libre mercado como se le supone al europeo.

Atrapados entre las exigencias de la vida rural y las que imponen los tiempos modernos, que obligan a vivir en el pueblo como si se viviese en la ciudad pero con significativamente menos servicios, convertido así en puro surrealismo el más cotidiano de los sucesos. Si a un pastor le pare una oveja en otro término municipal, en lugar de meterla en la furgoneta con el cordero tiene que salir corriendo a la unidad veterinaria a sacar una guía. El que pone vacas está sujeto a inversiones de decenas de miles de euros para recibir después entre 50 y 60 céntimos por litro de leche. El Seprona, el bienestar animal, la cuota de autónomos, el salario mínimo... pero si una amenaza como la tuberculosis bovina se cierne sobre el pan de sus familias quedan completamente desasistidos y en la cuneta. Si el ministro del ramo llama a la población a no consumir carne, no les queda más que rumiarlo.

Si chupan todos del bote y el precio en origen queda en la miseria, apencar. Por eso les sobran los motivos para protestar, para pedir la dimisión de un consejero y de un jefe de Sanidad Animal incapaces de, ya no digo solucionar, sino siquiera poner paliativos a los problemas. Si todo lo que pueden hacer esos cargos públicos es servir de automática correa de transmisión de las normativas europeas, sus puestos están sobrando.

Aquí se rescata a los bancos, se rescata a las empresas turísticas y tecnológicas, pero el sector primario no recibe más que coces. Por eso nadie más legitimado que ellos para alzar la voz y salir a la calle. Pero así no. No a garrotazo limpio contra los cristales. No a pedradas contra las instituciones. No haciendo pensar al resto del mundo que los ganaderos de Salamanca son unos brutos. No entregándose al salvajismo y a la barbarie.

Quiero pensar que el ganadero de Salamanca no es ese, sino el de Gabriel y Galán: «Gran pensador de negocios, ladino en compras y ventas, serio y honrado en sus cuentas, grave y zumbón en sus ocios... pesar un novillo o ojo, vender oportunamente, saber observar prudente, saber mirar de reojo».

Más torear que embestir. Menos leñazos y más señorío. Menos cachiporra y más argucia. Porque en el mismo momento en el que se adopta la violencia se pierden las razones y porque el agro borroka no es digno de la seriedad y el temple de esta tierra.

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