Todavía hay barro en las calles y Médicos del Mundo reporta que el 34 % de los afectados han quedado con secuelas en su estado de salud, además de la devastación vital y económica, pero a la mayoría ya se nos ha olvidado la dana. La actualidad es tan voraz y apabullante que las urgencias y las importancias se enredan en una espiral que nos arrastra e impide reaccionar convenientemente, más allá de una primera y espontánea solidaridad, teñida de indignación. La lista de buenos propósitos, en lo que a la gestión del agua se refiere, no ha llegado viva ni siquiera hasta finales de enero. Conviene respirar profundo, parar un momento y recordar todo aquello que de la dana podamos aprender. Por ejemplo, que es necesario replantear los modelos de edificación. ¿Quién está trabajando en esto? También hay mucho por hacer en materia de «comunicación de crisis», que no debe improvisarse. Las instituciones deben estar entrenadas, porque cuando caemos en eso de que «el pueblo salva al pueblo» y se contrapone la figura del «pueblo» a la de las instituciones, se alimenta una narrativa populista que polariza la relación entre ciudadanía y Estado. Si pagamos un Estado con nuestros impuestos es precisamente para esto y el Estado debe estar en condiciones de responder. Sistemas de alerta efectivos, planificación previa de cara a las catástrofes, con protocolos de actuación probados. Y, en lo que respecta al agua, un cambio de mentalidad. Al fin y al cabo, el 70 % de la superficie del planeta Tierra es agua, por lo que pensar en dominarla por completo suena algo pretencioso. Hasta ahora hemos construido canalizando y soterrando cada gota de agua, pero ha llegado el momento de respetar un poco más los cauces y zonas naturales de drenaje.
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Trasladada a Salamanca, la gestión del agua viene a significar a menudo gestión de la sequía. Los incendios se comienzan a apagar por estas fechas y la falta de agua también. Los pueblos a los que no llega el agua en verano, en las fechas en las que se llenan piscinas y se multiplica la población gracias a los veraneantes, podrían contar con cisternas de almacenaje, o cualquier otro método de recolección y reutilización. Las presas y embalses, gracias a los que no nos falta aquí el líquido elemento, tienen una vida útil de entre 50 y 150 años. Hay que cuidar las de Almendra y Santa Teresa, que nos abastecen desde los años setenta y sesenta respectivamente, con un mantenimiento exquisito. Y debemos también desarrollar hábitos domésticos cuidadosos con el agua, para, con todo ello a la vez y desde lo ya aprendido, cumplir satisfactoriamente con la cita de Heráclito y no volver a bañarnos dos veces en el mismo río.
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