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Reconozco que no veo mucho la televisión. Ni tengo tiempo sobrante ni, la verdad, muchas ganas. Eso sí, ahora estoy devorando por enésima vez las reposiciones de todas las películas de James Bond. Nostalgias del pasado. Parto de la base de que la televisión puede ... ser un valioso instrumento de cultura, información y entretenimiento. Y una excelente herramienta de manipulación y adoctrinamiento cuando la cadena oficial pasa a ser gubernamental, o sea, casi siempre, con independencia de la línea ideológica del gobierno de turno. Todos quieren chupar de ese pirulí.
Para mí tengo, por lo que a los espectadores se refiere, que hay unas franjas de edad con pocos fieles en ese medio. Los jóvenes se decantan por las redes sociales y reciben las noticias condensadas en pequeñas dosis. Las primicias informativas requieren inmediatez y urgencia. Todo tiene que ir acelerado, resumido, ingurgitado y regurgitado con avidez y celeridad. Así las cosas, creo que la televisión es el espejo donde se reflejan los nuevos narcisos, donde los viejos trucos sensacionalistas reaparecen, y donde cada vez hay más espacio para cuestiones triviales de notable impacto social, es decir, programas deleznables en los que asoma la gaita el primer tontalandrán de turno.
El mercado y los índices de audiencia, de los que mucho se habla, parecen ser los goznes sobre los que giran los «prime time», tanto de las cadenas públicas como de las privadas. Ignoro hasta qué punto son de fiar los tales índices, pero razones habrá cuando los anunciantes se rigen por esos parámetros a la hora de presentar sus productos a una audiencia por lo general indolentemente pasiva. Sin duda estamos ante algo tan posmoderno como la distinción entre lo verdaderamente falso y lo falsamente verdadero. En otras palabras, estamos a merced de la cultura del simulacro.
Lo de TVE es a todas luces sangrante. Su papel de servicio público está más muerto que vivo. El réquiem por la pluralidad, la neutralidad y otras palabras grandilocuentes, pero vacías de sentido, se viene entonando desde hace tiempo. Es cierto que no hay velorios ni duelos. Pero sí responsos. El más notorio es el de la millonada que va a recibir un tipo supuestamente humorista por hacer la mona ante las cámaras. La cara de bobalicón que se me queda al ver lo que hacen con el dinero de mis impuestos solo se puede comparar con la jeta del beneficiario del contrato. De bobalicón a bobalicón, yo le pediría equidad a la Agencia Tributaria, ahora que estamos en plena faena confiscatoria. No dudo de que el tal humorista pague religiosamente sus impuestos. Qué menos. De lo que dudo es de lo que se hace con el dinero de los míos. Ya puestos, prefiero que TVE contrate, por ejemplo, a Leo Harlem. Saldría más barato y, al menos, tiene sentido del humor.
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