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CHURRAS Y MERINAS

Tiempo de trashumancia

Pastores y agricultores han sabido aprovechar los recursos y cuidar de que sigan existiendo para generaciones venideras ·

Domingo, 11 de junio 2023, 05:00

El «humus» –nada que ver con humo– se relaciona con lo humano, con el hombre y hasta con la tierra que pisamos (véase «inhumar» o «exhumar»). Con el prefijo «tra(n)s» se añade la idea de movimiento, de desplazamiento de un lado a otro. Es lo que durante siglos han estado haciendo los pueblos ganaderos de todo el mundo.

Por estas mismas fechas en las que ahora nos encontramos solían subir los rebaños desde las resecas tierras extremeñas hacia los verdes pastizales de las montañas del norte. Se trata de un movimiento estacional, la trashumancia, varias de cuyas rutas o vías pecuarias (por cierto, inalienables, inembargables e imprescriptibles) atraviesan la provincia de Salamanca en forma de cañadas, cordeles o veredas sumando un total de 2.677 kilómetros. Bien es verdad que ahora el recorrido ya no se hace a pie, caminando rebaños y pastores con toda su impedimenta a lo largo de casi un mes. Tampoco en tren, como se hizo desde los primeros años del siglo pasado, cuando quienes recorrían la cañada de la Plata o de la Vizana embarcaban los ganados en Astorga, pasaban por Salamanca y Béjar y terminaban el viaje en las proximidades de Cáceres, para proseguir hacia las dehesas extremeñas o incluso hasta llegar a Sierra Morena en algunos casos.

Ahora, la trashumancia suele hacerse en camiones bien preparados según las normas de bienestar animal, de modo que en ocho horas completan el viaje en uno u otro sentido. Merinas, mastines y careas se benefician del progreso, por no mencionar la comodidad de quienes han de pastorear los rebaños en los agostaderos de la cordillera cantábrica o en los herbazales del sur, según la estación del año.

Cuando tanto se habla de sostenibilidad, los ganaderos –ahora tan perseguidos– constituyen un buen ejemplo, porque pastores y agricultores han sabido aprovechar los recursos allí donde existen y cuidar de que sigan existiendo para generaciones venideras. Nadie como ellos para amar el campo y asegurar su supervivencia. Muchos legisladores, en cambio, de seseras recalentadas y posaderas asentadas en poltronas burocráticas, tienen una idea urbanita, falsamente idealizada, infantiloide, de lo que es el campo y de lo que supone el equilibrio de la naturaleza en el mundo que habitamos. Como triste consecuencia, cada año desaparecen miles de explotaciones ganaderas en España. El resultado final, aparte de la resignación y la desconfianza en el sistema, es la despoblación, el abandono de los pueblos y, finalmente, la destrucción sistemática de los ecosistemas. Hoy se ve la trashumancia como un hecho cultural al que el 2017 se le concedió el título de Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. No es mera reliquia del pasado, sino testimonio viviente y herencia ancestral de toda la Humanidad.

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