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Lo de «fiesta de la democracia» es ya un manido tópico. Pero sirve para describir el peregrinar hacia los respectivos colegios electorales. Un peregrinar optimista y gozoso para unos, resignado o un tanto escéptico para otros. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de introducir una papeleta en la urna. Y esperar la noche de los resultados con el mismo optimismo o con idéntico escepticismo. Habrá quien opte por quedarse en casa, de grado o por causa de fuerza mayor, o quien fíe su voto a Correos. Al menos, por estos pagos no asaltan a los carteros para robarles las papeletas como en Melilla. Nunca pensé que la meritoria, digna y sufrida profesión de cartero tuviera necesidad de pedir un plus de peligrosidad ejerciendo en territorio español.
Hoy, al final de la jornada aún resonarán en los oídos las sirenas de la seducción, la machacona propaganda de bondades, propósitos e ideales que van a hacernos la vida más feliz y placentera durante los próximos cuatro años. En lo municipal, se entiende. Porque en lo nacional habremos de esperar unos meses hasta alcanzar la ansiada felicidad prometida por los partidos en la campaña venidera. Siempre inmersos en perpetua campaña electoral. Siempre adobando argumentarios. Siempre prometiendo. Siempre engañando. Luego, al freír será el reír. Aunque, últimamente, con la fritanga política salpimentada de listas manchadas de sangre en el País Vasco, risas las menos. Justitas para que los bragados gudaris celebren que han derrotado «democráticamente» una vez más a la raza inferior de los aborrecidos maquetos. Retazos de una primitiva animalidad vocinglera y obstinadamente berreadora. Qué le vamos a hacer. La gente sabe que participa de un juego en el que los candidatos hacen como que tienen las soluciones y los ciudadanos hacen como que les creen; y que los buenos propósitos de hoy serán mañana recuerdos esparcidos que de vez en cuando saltarán inoportunos entre las nubes de la memoria.
Esta noche será de celebraciones generalizadas. Todas las candidaturas habrán ganado, por más que en algunos casos no lleven en las alforjas más que un puñado de votos de allegados, simpatizantes y familiares próximos, cuñados incluidos. Muchos de los candidatos regresarán cariacontecidos de las urnas a las sedes del partido y de estas a sus hogares como quien camina vivo detrás de su propio cadáver político sin saberlo. Pero no hay que deprimirse. En el plazo de medio año tendremos nueva oportunidad electoral. Lo importante es que el ánimo no decaiga y la participación sea la máxima posible, aun siendo conscientes de que en los próximos comicios no faltarán parlanchines, catervas de ganapanes poco escrupulosos y embaucadores con menos cerebro en la mollera que cera en las orejas, como decía Shakespeare de uno de sus personajes.
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