Hay libros cuya lectura deja mal cuerpo. Acabo de leer uno que me ha dejado sin palabras, a pesar de que yo, como todo el mundo, conocía la existencia de determinadas brutalidades. Clara Nidemayer, la autora y, muy a su pesar, protagonista, narra su historia, desde los sueños de la plácida niñez en Paraguay hasta que llegó la pesadilla de los abusos sexuales; unos abusos tapados y encubiertos por quienes, adultos y conocedores de la situación, culpabilizan a las víctimas con los más peregrinos argumentos. El relato nos hace preguntarnos cómo es posible que el ser humano llegue a esos extremos de maldad, haciendo uso de la desigualdad de poder, provocando daños psicológicos que persistirán a lo largo de toda la vida.
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Clara Nidemayer se atreve a contar esta aterradora historia, tal vez porque en ocasiones escribir es en parte una manera de sanar. Sin embargo, creo que la valentía de esta mujer, que hoy vive en España, es un regalo para todos nosotros, porque, como he dicho al principio, aunque sabemos de la existencia de esas actuaciones monstruosas, leer la experiencia de primera mano nos hace reflexionar. Y tener el coraje de contarlo es derribar muros y silencios, algo fundamental para empezar a erradicar hechos que nunca, jamás, debieron producirse.
El camino será, sin duda, muy largo, pero parece que algo se está moviendo. Libros como este que acaba de publicar la editorial leonesa Punto y Seguido son un paso importante. Recordemos que hace unas semanas los medios de comunicación se hacían eco de un viaje de cooperación de la reina Letizia a Guatemala donde visitó un centro contra la violencia de género y los abusos infantiles. Y hace apenas unos días conocíamos el caso de Andrea Robin Skinner, hija de Alice Munro (Premio Nobel de Literatura), víctima de abusos sexuales por parte de su padrastro, sin que, al parecer, su madre, conocedora de los hechos, hiciese nada al respecto. Son cosas que parecen imposibles en pleno siglo XXI y que sin embargo suceden.
¿Cómo es posible que el ser humano sea capaz de lo mejor y de lo peor? Y aún más grave, ¿por qué, en situaciones tan obvias, impera la complicidad? ¿Por qué miramos hacia otro lado? Sobre el mal, ya lo sabemos, han teorizado mucho los filósofos, desde Aristóteles, pasando por la Patrística y la Escolástica hasta Hannah Arendt y otros muchos. En la educación está la clave. Todos los gobiernos lo saben, pero hay culturas en las que los avances en este sentido son demasiado lentos. Contarlo es relevante. Denunciar también. Libros como este resultan indispensables. Ojalá no haya nunca más silencios. Ojalá un día no se publique ninguno porque ya no sea necesario. Sé que es un deseo utópico, pero se lo debemos a los miles y miles de víctimas que hoy hablan por boca de Clara Nidemayer.
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