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El pasado fin de semana releí Animal Farm, de George Orwell, en español Rebelión en la granja. Casi debería decir que leí la obra, porque el primer contacto con la misma tuvo lugar en mis años estudiantiles en calidad de lectura obligatoria de la asignatura Literatura Inglesa. Así pues, removiendo estanterías al azar di con la novelita adquirida hace ya mucho tiempo en la desaparecida librería Cervantes. Aún conserva el precio a lápiz en la primera hoja: 65 pesetas. Los bordes de las páginas están levemente oscurecidos, y en distintos lugares conserva anotaciones, subrayados y notas que en su momento captaron mi atención de aprendiz.
Resulta reconfortante y nostálgico a la vez volver a repasar un texto que tenía ya casi olvidado. Y resulta asimismo sorprendente contemplar cómo a pesar de los muchos años transcurridos desde la primera lectura (y tras muchas décadas después de su primera publicación en 1945) esta magistral combinación de sátira y alegoría conserva plena vigencia en la actualidad. Esto viene a demostrar que por algunos libros no pasa el tiempo, y que la visión profética que albergan sus páginas responde a una realidad social y política no muy alejada de nuestro entorno una vez superado el primer cuarto del nuevo siglo.
Un ejemplo: el líder de la rebelión se erige en figura indiscutible (el cerdo Napoleón en la historia orwelliana) y entonces decide que no le cuadra a su rango vivir entre los demás animales, contraviniendo así el proclamado principio de igualdad. En consecuencia, anuncia a sus subordinados que le correspondería habitar en unos aposentos más nobles, a tono con su nueva categoría. Y se muda a más lujosas dependencias ante la pasiva docilidad de sus camaradas. ¿No nos suena a algo parecido el ascenso habitacional de los marqueses de Galapagar?
Orwell odió los totalitarismos. Regresó a Inglaterra herido y decepcionado de la guerra Civil Española. Allí vio cómo en Cataluña las izquierdas se mataban entre sí. Su pesimismo cristalizaría en la obra acaso más famosa: 1984, esa gran distopía del control total y la represión del Gran Hermano.
Una de las moralejas del cuento la expresa el burro Benjamín al contemplar cómo los siete mandamientos fundacionales de la revuelta contra el yugo opresor se reducen a uno solo: «Todos los animales son iguales, pero unos más iguales que otros». A Benjamín, ilustrado, escéptico y cínico, no le engañan las burdas manipulaciones del poder. Los movimientos pretendidamente salvadores, ya provengan de la extrema derecha o de la extrema izquierda, aspiran a lo mismo: tiranizar a la sociedad, primero con engaños y luego con violencia. Los extremos se tocan. Echemos una mirada al pasado. Y otra a nuestro alrededor. Sumisos y sin rebelarnos, puede que la granja de Orwell seamos todos nosotros.
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