Ha vuelto el frío. Sin embargo, me dicen mis amigos extremeños, ganaderos de merinas selectas en La Serena, que llevaban muchos años sin disfrutar de una primavera tan extraordinaria como esta. La hierba, crecida como nunca, verde rabiosa, fresca, abundante y apetitosa para sus ovejas mimadas y recién esquiladas. Es un espectáculo contemplar la naturaleza en una explosión de color, desde el amarillo de la retama (la genista de Serrat en «Mediterráneo» o la ginesta del poema de Leopardi traducido por Unamuno) hasta el morado de las violetas, pasando por el blanco pegajoso de los jarales.

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Por doquier surge la fuerza pujante y primaveral de una naturaleza que había permanecido desnuda y aquietada durante el invierno. Los cielos parecen más azules y los bosques más frondosos. Hasta las puestas de sol lucen purpúreas y sedosas. Cabe esperar que el año sea bueno para el aprovechamiento ganadero. No sé si también para los sembrados, salvo que el calor apriete demasiado y reseque la tierra y sus frutos; de momento, las previsiones apuntan a un verano del estilo del año pasado. Confiemos en que cuando llegue el momento la bellota siga desempeñando su papel primordial en el ciclo de la naturaleza.

Por estas fechas el paisaje de la dehesa sorprende al viajero o al turista por su belleza. Claro que para quienes tienen que vivir de esos espacios adehesados no todo son mieles y dulzura. La variedad de problemas (enfermedades del ganado, precios, legislaciones absurdas, burocracia, etc.) se siguen arrastrando año tras año. La brega con ministerios y consejerías continúa, porque da la impresión de que las autoridades del sector agroganadero se empeñan en buscar un problema para cada posible solución. El campo en su conjunto merece mejor trato, sin dejarnos llevar por los hostigamientos de algunas tendencias ideológicas, supuestamente conservacionistas, cuyo fundamento teórico es cuando menos cuestionable. No basta, pues, con deleitarse en la contemplación del ganado sesteando plácidamente, ya se trate de ovino, vacuno o porcino.

Para el no iniciado, la dehesa suele reducirse al toro de lidia, de manejo casi mitológico, que requiere una sabiduría especial transmitida de padres a hijos a lo largo de dinastías bien conocidas y acreditadas. Malos tiempos corren para el toro bravo, a pesar de constituir una parte imprescindible del paisaje adehesado salmantino, donde el astado reina por derecho propio y donde los hierros de las ganaderías se contaban antaño por decenas.

Con todo, nos encontramos en primavera con un paisaje único en el que actúan de forma simultánea la intervención humana y la propia naturaleza. Disfrutemos, pues, de la estación. Y, sin alusiones políticas de por medio, convengamos en que en esta primavera hasta los borregos se sienten felices.

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