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Opinión

Populismos

Quiero pensar que aún nos quedan asideros. Europa, por ejemplo, como posible eje de nuestro pequeño universo

Domingo, 19 de mayo 2024, 05:30

España tiene dos abscesos purulentos difíciles de extirpar: el nacionalismo y el populismo. Ambos suelen discurrir unidos porque, en el fondo, vienen a ser la misma cosa, y drenarlos es tarea casi imposible en el seno de una sociedad desquiciada, donde se prefiere acallar el estómago antes que la conciencia.

A poco que se reflexione acerca de la situación política, llegamos a la conclusión de que estamos enfilando los mismos derroteros que arruinaron a otras naciones. Las democracias liberales están siendo socavadas lentamente por populismos de corte más o menos autoritario y por nacionalismos directamente relacionados con lo más abyecto de esos populismos. En el mundo unas veces predominan los nacionalismos de tipo religioso; otras los de raíces étnicas (el nacionalismo xenófobo), y no faltan los puramente económicos u oligárquicos. Los nacionalismos identitarios, la xenofobia, los fundamentalismos religiosos y los populismos reaccionarios son casi lo mismo. En el fondo, y salvando pequeños matices, apenas se diferencian. Van encadenados como la procesionaria del pino. Porque tanto la izquierda radical como la derecha más reaccionaria son susceptibles de abrazar con fruición las más descaradas inclinaciones populacheras. Su propósito es «despertar a los pueblos», concienciarlos de que los cauces de la democracia convencional no los va a sacar de la secular opresión y, en consecuencia, canalizar la violencia soterrada en beneficio del autócrata de turno. El enemigo no es solamente el Otro, el extranjero, sino también la clase dirigente, la oligarquía financiera y explotadora (los de la chistera y el puro) y los medios que salen respondones.

El panorama en nuestro caso, con el resultado de las elecciones catalanas de por medio, y sin olvidar los últimos comicios del País Vasco, unidos a determinados movimientos de absorción de las instituciones por parte del Gobierno, pudiera llevarnos a pensar que el Ejecutivo está asentando unos principios egoístas de poder sobre las bases ideológicas, populistas y, como mínimo, pseudomorales. En palabras de Don Quijote, estamos «en este mal mundo … donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería». Y si no, que lo refuten nuestros gobernantes, siempre tan ágiles con los quiebros dialécticos o «saltapericos» (Juan Rulfo), que nos venden el mismo elixir como crecepelo y como remedio infalible para la estangurria. Visto el panorama, disponemos de embaucadores que ni siquiera en ser los peores son los mejores. Hay mucha competencia en la incompetencia.

Con todo, no caigamos en ls visión fatalista apuntada ya por William Shakespeare: «Un cielo tan cargado no se despeja sin una buena tormenta».

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