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Pasaron los Reyes Magos por nuestras calles. Un año más, los niños, y los que son como niños, tuvieron su noche de ilusión, como cuando en la época infantil cada amanecida era un nido de sueños. Para otros, más versados en el calendario litúrgico, tuvo lugar la celebración de la Epifanía. Debo confesar que tardé años en entender el significado de esa palabra, tan solo asociada al nombre de algunas mujeres de mi pueblo que así se llamaban: Epifanía. Por lo demás, los tres sabios astrólogos de Oriente, ya fueran blancos, negros, cobrizos o aceitunados, siguieron las constelaciones, cumplieron con su cometido y, a decir de la tradición, ahora dejan reposar sus restos en sendos cofres de la catedral de Colonia.
Con esta fiesta finaliza la temporada navideña y retomamos las actividades habituales, algo quebrantadas en su invariable rutina por algún exceso que otro en lo que a la gastronomía se refiere. Hemos podido comprobar la pugna por las distintas cadenas televisivas a la hora de bordear el desnudo de las presentadoras en el ritual campanero de fin de año y la falta de imaginación de sus responsables para programar algo medianamente entretenido. Hace ya lustros que la prensa inglesa descubrió que la mejor manera de ganar audiencia era desvestir a una mujer, lo cual no cuadra mucho con las ideologías feministas/woke/queer/trans al uso. También nos han machacado con la anecdótica imbecilidad de unos cuantos zumbaos que en Nochevieja aporreaban una piñata so pretexto de que, dicen, simbolizaba al presidente del Gobierno. Total, más publicidad para el susodicho y más argumentos victimistas para quienes, sin rubor y con luciferina vesania, apoyan la quema de símbolos, la vejación de instituciones y los homenajes públicos a los asesinos que regresan ufanos a sus guaridas vascongadas.
El año que ya entona sus primeros compases traerá músicas electorales con diferentes melodías. Otra vez nos espera la sempiterna, rutinaria, cansina matraca inherente a cada llamada a las urnas. Galicia, Europa, País Vasco y puede que incluso Cataluña, por no ser menos y tratar así de asegurar para el futuro inmediato el exitoso acogotamiento de un gobierno nacional cuyos caprichosos hilos los mueve un chiflado desde las proximidades de Bruselas.
También con los Reyes nos llega la noticia de un nuevo partido en ciernes: Izquierda Española. No suena mal la combinación de ambos vocablos bajo el mismo paraguas. Habrá que leer la letra pequeña y permanecer a la expectativa hasta que esta formación pase la primera prueba de fuego electoral. No vaya a ser que, como ha sucedido otras veces con intentos parecidos, toda gran causa comience con un movimiento, se convierta en un negocio y acabe degenerando en un tinglado. Demasiados egos estupidificados hemos visto ya.
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