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Najat El Hachmi es una mujer valiente. Nació en Marruecos, pero vivió toda su infancia en Vic, uno de los epicentros del catalanismo. Como ella misma ha escrito, vino a España para poder sobrevivir, pero se encontró con que aquí podía también vivir y gozar de una libertad cuya existencia era desconocida en su lugar de origen. Y no solo eso: pudo, además, tener acceso a la educación y al conocimiento de una nueva cultura, desde la cual –y sin renunciar a la suya– desarrolló un pensamiento propio y una visión de las cosas sobre las que escribir libremente. ¿Libremente? Bueno, no tanto, a juzgar por lo que una panda de tarugos acomplejados y camorristas de baja estofa tratan de movilizar contra esta mujer por haber sido propuesta este año como pregonera de las Fiestas de le Mercè en Barcelona.
A Najat le sobran méritos para haberse hecho acreedora a tal honor. Además de columnista, ha escrito varios libros de ensayos y novelas. En sus textos derrocha sensibilidad y sentido común al tratar temas tales como el islamismo, el feminismo y otras cuestiones políticas y sociales de la más rabiosa actualidad. Ella sabe que tales cuestiones requieren tacto, moderación, equilibrio y mesura. Entre los galardones que Najat tiene en su haber, cabe mencionar el Premio Ramón Llull, el Premio Ciutat de Barcelona y, hace dos años, el prestigioso Premio Nadal por una de sus últimas novelas.
Ahora resulta que algunas organizaciones, observatorios, plataformas «trans» e incluso la Esquerra Republicana (estos últimos rufianes tal vez para tratar de acallar el sonado fracaso sufrido en las elecciones pasadas) tildan a Najat de islamófoba, porque paladinamente defiende la prohibición del velo en los colegios, y porque denuncia las estructuras patriarcales religiosas que segregan a las mujeres musulmanas de las no musulmanas. Como era de esperar, la transfobia es otro de los sambenitos que le cuelgan quienes no aceptan más ideario que el del pensamiento único y sus dogmas afines acerca del islamismo, el feminismo y la transexualidad, por ejemplo.
Conozco a Najat y su obra, merecedora de elogiosas críticas. De la Universidad de Salamanca han salido rigurosos estudios en torno a sus libros. La considero una persona íntegra, dialogante y verdadera feminista. Aunque ocasionalmente disienta de alguna opinión expresada en sus columnas semanales en El País, no por ello varía un ápice mi aprecio por su sensibilidad y coherencia a la hora de abordar determinados asuntos acaso susceptibles de más amplios debates. Puedo asegurar que no es solo el «espíritu de cuerpo» entre columnistas el que me hace sentirme solidario con ella. Pesa mucho el rechazo a todo tipo de imposición ideológica. Especialmente si esta proviene de mentes fanáticas, obtusas, radicales y, en el fondo, antidemocráticas.
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