Si a alguien se le ocurriera decir que ha visto un cocodrilo en el Tormes y otro posible «visionario» ratificara el avistamiento de un saurio entre las malezas de la orilla del mismo río; y si esta supuesta presencia del bicho se repitiera una y otra vez, probablemente al cabo de un tiempo y a fuerza de repeticiones, el bulo se acabaría convirtiendo en leyenda urbana. Una de las muchas que abundan y que con frecuencia dan testimonio de lo que puede llegar a constituir una verdadera paranoia colectiva. Si de cocodrilos se trata, quién no ha oído hablar de los que habitan en las alcantarillas de ciudades, como Nueva York, donde la imaginación popular sostiene no solo que tales reptiles existen, sino que se alimentan de los residuos depositados en las cloacas y hasta de algún operario descuidado que merodee por esos tétricos submundos.
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No hace tanto tiempo, desde determinados colectivos se extendió la especie de que con las vacunas se inyectaba un microchip que permitiría a ciertos poderes políticos dominar el cuerpo y la mente de los ciudadanos a voluntad. Hay leyendas que niegan la muerte de ciertos personajes. Tal sería el caso de Elvis Presley, James Dean, incluso del mismísimo Hitler. Del primero de ellos se afirmó que había embarcado en un avión rumbo a Buenos Aires el mismo día de su fallecimiento. Hay quien quiso ver una premonición de la muerte de los Beatles a partir de la famosa foto del paso de peatones en la portada del disco Abbey Road. Y no falta quien otorga carta de naturaleza a leyendas tales como la niña de la curva o el fantasma del auto-stop. Otros sostienen como cosa probada el cuento de las abducciones y secuestros temporales por parte de individuos extraterrestres recién apeados de un objeto volador con forma de platillo volante. Estos encuentros sobrenaturales, inexplicables a la luz de la razón, alimentan fantasías, fomentan creencias supersticiosas, describen situaciones más o menos inverosímiles y disparatadas que, en gentes crédulas, pueden provocar perturbadores desasosiegos.
Incontables son, pues, las leyendas urbanas susceptibles de adaptación a los nuevos tiempos, acaso porque los mitos del pasado lo son también del presente y lo serán del futuro. Licantropías, endriagos, trasgos, chupasangres, sacamantecas y otras supersticiones, no son más que proyecciones de nuestros propios miedos atávicos, de alocadas fantasías que la imaginación popular ha ido enriqueciendo a lo largo de los siglos.
Si el cocodrilo del Tormes resulta ser un tronco a la deriva, la leyenda se desmorona y surge la decepción. Pero si, a modo de ejemplo, las promesas de los políticos en campaña electoral no se cumplieran, como sucede con frecuencia, entonces estaríamos ante otra leyenda urbana, pero esta sí, de probada realidad. Hoy es el día de tenerlo en cuenta.
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