Creo haber dicho ya en alguna parte que los eufemismos vienen a ser como los desodorantes del lenguaje. Las palabras nunca son inocentes. Son armas poderosas que pueden tener mil caras. No pocas veces son ambiguas, imprecisas, equívocas, cambiantes, torticeras. En ocasiones conviene pulirlas, disfrazarlas, amortiguar su impacto mediante sutilezas semánticas más amables. Por eso se acude a jerigonzas verbales, vaguedades o decorosos neologismos que desempeñan un papel que podría considerarse eufemístico en muchos casos. De todo ello saben bastante los personajes públicos —ya sean políticos, económicos o mediáticos— cuando echan mano de determinados subterfugios para transmitir mensajes de mal gusto, tal vez ofensivos, generalmente perjudiciales o simplemente negativos.
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Por ejemplo, si hay que subir los impuestos se habla de ajustes, revisiones, o se recurre a laberintos verbales de los que la única conclusión que saca el afectado es que se cierne un perjuicio para sus bolsillos. Si te van a echar del trabajo se considera que has entrado en un proceso de redundancia o flexibilización laboral, de reducción de personal forzada por el mercado y la obligada «reconversión». Así se dulcificará el trance de la manera más suave posible. Como con vaselina, vamos. Las discapacidades físicas, las cuestiones raciales y los asuntos sexuales o escatológicos son campo abonado para la imaginación eufemística que, inevitablemente, propende a lo políticamente correcto, sin aristas, sin crudezas ni innecesarias tribulaciones.
Somos esclavos de los usos sociales. Se supone que quienes gozamos de la edad dorada estamos más próximos a hacer el último viaje —estirar la pata sería una zafia grosería— que aquellos que aún disfrutan de la lozanía primaveral, es decir, del envidiable dulce pájaro de juventud. Si se apela a la necesidad de una regeneración democrática es porque en algún lado ha salido a la palestra el último caso de corrupción, aunque se disfrace de presunta malversación. Siguiendo estos razonamientos, el apaño Ábalos el lince y Koldo el brutico no sería más que «el encuentro de dos benéficos filántropos dispensadores altruistas de material sanitario». El neoministro de la cosa social, un tipo progre y rico de cuna, ha retomado el eufemismo acuñado por su predecesora —la de las 16 categorías de entornos familiares— y sustituye de forma oficial «familias numerosas» por «familias con mayores necesidades de apoyo a la crianza». Me pregunto si no tendrá ese niño bonito más cosas que hacer en su ministerio que enriquecer el léxico burocrático con semejante memez. Puede que haya oído hablar en casa de los premios de natalidad y de las ayudas a las familias numerosas por parte del caudillo dictador y esta sea su valiente cuota de bizarro militante antifranquista.
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