Culmina ahora el periodo de cinco años en los que el Reino Unido ha tenido a uno de sus mejores embajadores en España. En efecto, Hugh Elliott no solo ha sido el embajador más mediático, sencillo, afable y accesible de cuantos ha enviado a nuestro país la Corona Británica, sino que, en el desempeño de sus funciones, siempre ha hecho gala de preclara inteligencia, de sutileza argumentativa, de capacidad expresiva y hasta de sentido del humor –ese humor fino, inteligente, tan británico— que echa por tierra el mito del inglés altivo y arrogante. Decía Baroja que la frialdad de los británicos es aparente. No son dados a efusiones verbosas, escribe don Pío, sino que ese barniz de altanería camufla un rico caudal de virtudes éticas opuestas a todo atisbo de vulgaridad. Pues bien, nuestro embajador, nada altanero y sí muy humano, concuerda con un principio que en el Reino Unido han tratado de llevar a rajatabla desde mediados del XIX: que sus representantes en el exterior sean gentes bien formadas académicamente, versadas en política exterior, en Economía, en Derecho y en Relaciones Internacionales. O sea, como Hugh Elliott, que, además, es Socio de Honor de Alumni-USAL.

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Le tocó lidiar con el Brexit y sus consecuencias, con los diferentes puntos de encuentro –y desencuentro— de nuestros dos países, y con otras cuestiones espinosas que pusieron a prueba sus dotes diplomáticas y su fino talante sereno y conciliador. Quienes hemos tenido la oportunidad de acercarnos algo más a la persona, de haber disfrutado en algún momento de la hospitalidad de Hugh y su salmantina esposa María Antonia, conocemos de primera mano esos detalles que trascienden al mero cumplimiento de un oficio que él ha desarrollado con proverbial sentido del deber: el de representar a su país con toda la dignidad y grandeza que ello conlleva en unos momentos convulsos y especialmente delicados para el mundo en general, para Europa y España en particular.

Su primer contacto con Salamanca fue en la época universitaria al leer El Lazarillo de Tormes. Cuando entró por primera vez en la Plaza Mayor, dice, «la visión me quitó el aliento». No podía entonces imaginar que con el discurrir de los años llegaría a contraer matrimonio en la mismísima capilla de la Universidad. Permítaseme aportar un pequeño detalle de amor por esta tierra: desde que Hugh y Toñi tomaron posesión de la Residencia oficial, en todas las recepciones, fiestas y celebraciones no se ha servido más jamón que el de Guijuelo. No sé si también habrá tenido que ver en el dato estadístico de que su país importa 880 millones de botellas de vino español (y nosotros 105 millones de botellas de ginebra, dicho sea de paso). Pero lo importante es que este diplomático medio salmantino llevará para siempre a Salamanca en su corazón.

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