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CHURRAS Y MERINAS

Día Mundial de la Radio

Sigo teniendo el clásico transistor en mi mesilla de noche. Con él me acuesto y con él me levanto

Domingo, 11 de febrero 2024, 05:30

El próximo martes, día 13, se conmemora el Día Mundial de la Radio. Así lo instituyó la UNESCO en un loable intento por celebrar el nacimiento de uno de los mayores adelantos en el terrero de la comunicación, la información y el entretenimiento. Además, en el caso de España coincide con un aniversario especial: el centenario de sus primeras emisiones. Se calcula que hay unos trece millones de oyentes, escuchantes o radioescuchas --como se decía en tiempos— cada día. Son gentes que dedican un tiempo a seguir las noticias, las tertulias y la publicidad a través de una extensa red de cadenas radiofónicas, generalistas unas y especializadas otras.

Yo mismo soy un fiel seguidor de la radio. Lo soy desde la infancia en un pueblo perdido entre montañas donde las miserérrimas bombillas alumbraban lo justo para leer no sin cierta dificultad. Tan solo las casas más pudientes disponían de un «arradio» ante cuyo altar en las noches de invierno los hombres reunidos en habituales filandones hacían callar a la chiquillería para escuchar «el parte» a las diez de la noche. Luego, se comentaban las noticias, pero mientras tanto solo se oía el borboteo de los pucheros. Hasta que la invocación a los caídos y el arriba España ponían punto final al cotidiano rito nocturno. La verdad es que las emisoras se sintonizaban bastante mal. Surgían abundantes interferencias, ruidos de fondo, chirridos y pitidos inarticulados cual graznidos de cacatúa degollada. «Estas montañas tienen mucho hierro y absorben las ondas», sentenciaba mi tío Telesforo, que había regresado de la Argentina, alardeaba de conocimientos al respecto y, por lo visto, trajo consigo suficiente dinero como para poder comprar el aparato. Las mujeres, de proclividad más devota y menos dadas a la política, preferían los encendidos fervorines del padre Venancio Marcos, santo varón que instruía tronante y rotundo con sus charlas de orientación religiosa.

El misterio de la radio siempre me ha cautivado. En la adolescencia me encandilaban los programas del tipo «Ustedes son formidables», «Amores decisivos» y «Matilde, Perico y Periquín», entre otros. Transcurrieron los años y sigo teniendo el clásico transistor en mi mesilla de noche. Con él me acuesto y con él me levanto. De este modo, desde bien temprano, entro en contacto con el mundo girando el dial de una emisora a otra, tal como vienen secuenciadas en la FM del «viejuno» artefacto: ES Radio, RNE, COPE, Onda Cero y Cadena Ser. Con ese variado «remix» y oyendo «entre líneas», me hago una idea de lo que sucede. Como dice Manuel Ventero, que fue director de RNE, los verdaderos ojos de la radio están en la imaginación, única capaz de escudriñar sus insondables misterios. Un siglo de radio, pues, en España a pesar de los fatídicos augurios. Que siga viva.

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