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CHURRAS Y MERINAS

Coetzee y la lengua española

Resultaría muy complicado hacer filosofía española en inglés, porque «la lengua determina la identidad de nuestro pensamiento»

Domingo, 25 de febrero 2024, 05:30

El premio Nobel J.M. Coetzee navega a contracorriente en lo que al inglés se refiere. Fiel a su principio de que la lengua inglesa es la del opresor colonial, reflejo de injusticias seculares y herramienta del imperialismo británico, opta por dar preferencia en sus textos al español. Hasta el punto de que ahora edita primero sus novelas en el idioma de Cervantes antes de salir al mercado en inglés. Para ello cuenta con la irremplazable tarea de su traductora argentina. Con esta actitud tan radical como inusitada, el escritor concede de manera explícita la misma importancia al texto traducido que a la versión «original» en una lengua que, quiérase o no, es la que le llevó a recibir el máximo galardón de literatura en el año 2003.

Esta actitud de identificar el uso de una lengua concreta con una ideología determinada y, en consecuencia, adoptar decisiones de gran calado al respecto, choca frontalmente con la reverencia que en el mundo de la ciencia existe por publicar en el idioma de Shakespeare. No son pocas las voces, sin embargo, que claman contra ese monopolio lingüístico a la hora de difundir y valorar los avances científicos y tecnológicos en las publicaciones de mayor reconocimiento mundial.

Como podía leerse no hace mucho en un interesante artículo en The Conversation, resultaría muy complicado hacer filosofía española en inglés, porque «la lengua determina la identidad de nuestro pensamiento». Lo cual no implica que no se pueda publicar en esa lengua cualquier avance que tenga lugar en el ámbito científico del español. Pero no es fácil desasirse de las servidumbres del impacto cuando lo que está en juego es la promoción académica de quien aspira a un puesto en la universidad, por ejemplo. El papanatismo y la esclavitud instaurada tras décadas de dependencia del mundo anglosajón hacen que los investigadores españoles (y de otras muchas nacionalidades) busquen caminos más o menos tortuosos y no pocas veces gravosos desde el punto de vista económico para ver sus «papers» en los medios que garantizan óptimas evaluaciones; medios que, dicho sea de paso, sacan buena rentabilidad a costa de quienes luchan denodadamente por sobrevivir en ese proceloso mar de tiburones que es el mundo académico neoliberal.

También los franceses han tratado de defender su lengua, pero a la postre caen en el modelo académico-empresarial al que es difícil sustraerse. Esto, que parece más propio de las áreas científicas y tecnológicas, también afecta, cómo no, a las humanidades. J.M. Coetzee alza la voz contra un modelo cada vez más difícil de extirpar. Por eso su gesto tan a contracorriente en favor del español merece ser ensalzado por lo que tiene de simbólico y de ejemplar. Deberían tomar nota los partidarios de la imposición forzosa del catalán.

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