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Los chiringuitos educativos han saltado a los medios a partir de las declaraciones de esa ministra y vicepresidenta bullanguera y zaragatera, y de su líder y jefe natural, al que los socios definen como «señor de la guerra» (también como «puto amo», en palabras del ministro más fino del gabinete). Cualquier momento es bueno para sacar las universidades a colación y enfrentar a las públicas contra las privadas. Varias veces he abordado el sistema universitario desde distintas perspectivas. Y no solamente yo. Sin ir más lejos, hace menos de un mes otro colaborador de este periódico, Eduardo Fabián Caparrós, titulaba su columna «El negocio de la educación superior». Sostenía mi admirado colega, entre otras interesantes reflexiones, que toda iniciativa educativa, ya sea pública o privada, debería estar al servicio del interés social.
Con la palabra «universidad» (ayuntamiento de maestros y escolares) hay un problema semántico. Y es que muchas instituciones de (supuesta) enseñanza superior no deberían llamarse así, porque son centros especializados –algunos de ellos muy especializados, pero en sacar la pasta— y no universidades propiamente dichas. Si bien el mercado es libre, quienes debieran velar por las garantías del sistema a estos efectos son libérrimos. Desde hace años pululan universidades sobre las que en su momento los órganos fiscalizadores académicos (léase la ANECA nacional u otras agencias de acreditación y evaluación autonómicas) emitieron informes negativos que, por lo que se vio después, no sirvieron de mucho. Más bien de nada.
Por supuesto que hay chiringuitos (en esto tengo que darle la razón al Gobierno). Y universidades públicas que sobran y universidades privadas que sobran. Por malas todas ellas. Lo cual redunda en descrédito del resto. La educación en su conjunto está en crisis. Hoy se veneran en exceso las tecnologías del pantallazo digital total en detrimento de las clases presenciales, la interacción, la reflexión compartida y el contacto docente-discente. Sin que ello implique que la transformación digital sea repudiable. Ni mucho menos.
El sistema universitario español es muy complejo. La LOSU no ha resuelto los problemas de gestión y exceso de burocracia. El Real Decreto 640/2021 de creación, reconocimiento y control de universidades es papel mojado. Las públicas de Madrid y Cataluña son las peor financiadas. Las privadas crecen como setas de primavera, porque, aparentemente, son un buen negocio. La prueba es que su número se ha triplicado en los últimos veinticinco años.
Con todo, Salamanca puede sentirse con razón orgullosa de albergar dos universidades, una pública y otra privada, dignas de su nombre y de su bien ganada reputación. ¿Se imaginan esta ciudad sin ellas? ¿Se imaginan una universidad sin universitarios?
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