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Ahora que ya casi nadie escribe cartas, bueno es que desde esta maltratada Salamanca se le envíen misivas diarias a ese hombrón fachendoso, al ministro de la cosa ferrocarrilera. Ojo, ministro, que fachendoso o farfantón no son propiamente insultos para poder añadir a la extensa colección minuciosamente recopilada por su ocioso equipo, a falta de mejor cosa que hacer. Si les faltara material, puedo proporcionarles una larga lista de ingeniosos epítetos para que marraneen sus enemigos cual gorrino en lodazal. Ya se sabe que no insulta el que quiere, sino el que puede. Me parece bien la defensa del pundonor herido, aunque en esa defensa le salga más caro el collar que el perro o el guiso que el conejo. Pero es usted muy dueño de estirar más el brazo que la manga a la hora de derrochar tiempo y energías. Cada uno es como es y puede desatar cuando quiera la fiera que lleva dentro.
Volviendo a la epístola cotidiana de mis conciudadanos, ya adelanto que me adhiero a ella, si bien yo optaría por descolgar una de esas inmensas lonas publicitarias a lo largo de la fachada de cualquier edificio en Madrid, a ser posible cerca de donde ese flagelo de ministro tiene su sede y desde donde envía nuestros trenes a vía muerta sin antes haber entrado siquiera en agujas.
Desde Salamanca se van a tomar cartas en el asunto de los trenes. Es decir, se van a poner las cartas boca arriba, y con tenaz insistencia saldrá una misiva cada día como señal de protesta ante el evidente castigo que en lo relativo a comunicaciones ferroviarias sufre esta parte del país. Será testimonial, si se quiere, pero algo hay que hacer al respecto ante el maltrato de un ministerio capitaneado por alguien a quien, obviamente, no le caemos simpáticos. Y no solo porque el ministro sea de Valladolid, que también. Ignoro si el contenido va a ser el mismo cada día o si habrá variaciones sobre el mismo tema. Si el tono será formal («Estimado señor ministro») o si el texto se regirá por el lenguaje puramente burocrático, aunque tratándose de un ministro progresista, yo lo encabezaría en plan colegui («passa contigo, tío, que ya está bien de jodernos la pava con tus trenecitos…») O bien un estilo más neutro, cortés y anticuado: «Esperamos que al recibo de la presente…»
No estaría de más enviar las cartas desde distintos puntos de España, a fin de evitar que en la estafeta del ministerio se percaten de la rutina y queden almacenadas a partir del tercer día. Y otra cosa sobre la extensión del contenido: un importante político británico decía que cuando la carta era de una página, la leía él; si era de dos, la leía su secretaria; si era de tres o más, iba directa a la papelera.
Es preciso incordiar, porque no hay pitonisa ni echadora de cartas que vaticine un cambio de ministro. Tampoco de Gobierno.
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